Cookies help us run our site more efficiently.

By clicking “Accept”, you agree to the storing of cookies on your device to enhance site navigation, analyze site usage, and assist in our marketing efforts. View our Privacy Policy for more information or to customize your cookie preferences.

Los centros de hidrógeno ponen a prueba las nuevas normas federales de justicia ambiental

News Feed
Tuesday, November 12, 2024

Esta es la primera parte de una serie de dos entregas. Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federalesEn un día lluvioso de septiembre, Veronica Coptis y sus dos hijos se pararon a orillas del río Monongahela, en un parque cerca a su hogar, observando cómo un par de barcazas cargadas con montones de carbón desaparecían por la ribera.Haz clic aquí para leer este reportaje en inglés. To read and watch a version of this story in English click here.“Me preocupa que no están teniendo en cuenta la cantidad de tráfico industrial que este río ya carga y cuánto más va a agregar el centro de hidrógeno”, le dijo Coptis a EHN.Coptis vive con su esposo y sus hijos en Carmichaels, en Pensilvania, un pueblo otrora dedicado al carbón cercano a la frontera con Virginia Occidental, con unos 434 habitantes. La autoridad hídrica local usa al río Monongahela como fuente de agua. Contaminantes asociados a la actividad industrial y potencialmente cancerígenos, como el bromodiclorometano, cloroformo y dibromoclorometano, se han detectado en el agua potable de la comunidad.Coptis creció rodeada de mineros del carbón, pero se convirtió en una activista contra este mineral y el fracking después de ser testigo de los daños ambientales causados por la industria de combustibles fósiles. Ahora, ve una nueva batalla en el horizonte: el Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches, una extensa red de infraestructura que usará principalmente gas natural para crear hidrógeno, que luego será usado como combustible. Se espera que parte del nuevo centro de hidrógeno sea construido en La Belle, que está a unos 30 minutos en auto hacia el norte del río Monongahela desde su casa.“Me preocupa mucho qué tan grande va a ser este complejo industrial y cómo serán sus emisiones, y si va a aumentar el tráfico en el río y las carreteras”, dijo Coptis, quien trabaja como consejera senior en la oenegé climática Taproot Earth. “También me preocupa que, debido a que esto va a ser hidrógeno azul, aumente la demanda de fracking, y yo ya vivo rodeada de pozos de fracking”.El Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches es una de las siete redes de este tipo de infraestructuras propuestas hace un año y financiadas con fondos federales. Son una iniciativa que nació de la Ley Bipartidista de Infraestructura que la administración de Biden logró pasar en 2021. El hidrógeno creado en los centros, que provendrá tanto de fuentes renovables como de combustibles fósiles, será usado por industrias que son difíciles de electrificar, como la siderurgia, la construcción y la producción de petroquímicos.Los centros apoyan el objetivo de la administración de Biden de alcanzar cero emisiones netas de carbono en todo el país para 2050 y lograr una red eléctrica 100% “limpia” para 2035. Los siete centros de hidrógeno, que están en diversas etapas de desarrollo pero en su mayoría están en la planeación y la selección de sitios, fueron considerados como proyectos de energías limpias bajo la administración de Biden, incluyendo aquellos que usarán combustibles fósiles para la producción.En marzo y mayo, Coptis asistió a unas sesiones de escucha organizadas por los socios industriales del proyecto y por el Departamento de Energía de los Estados Unidos (DOE, por sus siglas en inglés), que es la entidad encargada del desarrollo de los centros y de repartir los $7 mil millones en fondos federales para ellos. Esperaba que las sesiones le dieran respuestas, como por ejemplo exactamente donde se ubicaran las instalaciones y qué pasaría en ellas. Sin embargo, salió con aún más preguntas. Las aplicaciones iniciales que los socios industriales presentaron ante el DOE, que incluyeron cronogramas, costos estimados, detalles de las posibles ubicaciones y estimaciones de los impactos en el medio ambiente y la salud, fueron mantenidas en secreto por la agencia a pesar de las frecuentes peticiones de los miembros de la comunidad para que se compartieran esos detalles.“El Departamento de Energía y las compañías involucradas no han sido transparentes”, dijo Coptis. “No es posible que las comunidades demos aportes significativos sobre los proyectos cuando literalmente no sabemos nada sobre ellos”. En 2023, la administración de Biden logró aprobar una serie de políticas federales históricas que le ordenaron a 80 agencias nacionales priorizar la justicia medioambiental en todas sus decisiones. El DOE prometió ser un ejemplo a través de los centros de hidrógeno, pero, hasta ahora, esto no ha sucedido, de acuerdo con más de 30 miembros de las comunidades potencialmente afectadas y activistas con los cuales EHN habló. Afirman que los detalles siguen siendo confusos, que las consultas públicas sólo se planifican después de que los socios de la industria ya han recibido millones de dólares en fondos públicos y que las comunidades no intervienen en la toma de decisiones.“Las promesas que el DOE ha hecho no han sido cumplidas, de acuerdo con la definición de justicia ambiental de la misma entidad”, dijo a EHN Batoul Al-Sadi, un asociado senior en Natural Resources Defense Council (NRDC), un grupo ambientalista nacional que ha estado presionando para que haya una mayor transparencia en los centros de hidrógeno. Nuestra investigación también encontró que:En las sesiones iniciales de escucha sobre los centros, 95 de los 113 comentarios públicos que fueron presentados expresaron oposición a los proyectos.49 de los 113 comentarios expresaron preocupación sobre la falta de transparencia y participación significativa de las comunidades.Más de 100 grupos ambientalistas regionales y nacionales le han enviado cartas al DOE pidiéndole mayor transparencia y mejoras en sus procesos de diálogo con las comunidades.Las comunidades no tienen el derecho de rehusarse a la llegada de los centros de hidrógeno si se prueba que los daños serán mayores que los beneficios.El DOE no se está adhiriendo a sus propios planes de participación comunitaria, de acuerdo con expertos y activistas.“Hoy, las regulaciones [federales de justicia ambiental] están mejor que nunca”, dijo a EHN Stephen Schima, un experto en regulaciones ambientales y consejero legislativo senior en Earthjustice. “Las agencias tienen la oportunidad de hacer esto de forma correcta… solo es una cuestión de implementación, que ha probado ser un gran reto hasta ahora”.Ante nuestras preguntas sobre la transparencia y la participación comunitaria en estos procesos, el DOE respondió a EHN que la agencia “está enfocada en conseguir que estos proyectos sean seleccionados para negociar su adjudicación oficialmente ... Una vez adjudicados, el DOE dará a conocer más detalles sobre los mismos”.Los residentes de las siete comunidades de los centros de hidrógeno temen que, una vez se hayan distribuido millones de dólares en financiación federal para estos proyectos, sus aportes serán irrelevantes.En julio, los centros de los Apalaches y de California ya habían recibido cada uno $30 millones de dólares y el centro del Pacífico Noroeste ya había recibido $27,5 millones en fondos federales. La financiación para el resto de centros sigue en trámite. En total, se prevé que los siete centros planeados recibirán unos $7 mil millones de dólares en fondos públicos federales.Jalonne White-Newsome, la jefa de justicia ambiental del Consejo de la Casa Blanca para la Calidad Ambiental, dijo que es consciente de que las comunidades están frustradas por los centros de hidrógeno. “Paso mucho tiempo trabajando con nuestros colegas del Departamento de Energía [y otras agencias federales] asegurándonos de que estamos apoyando la llegada segura de estas tecnologías”, White-Newsome le dijo a EHN. “Sigo escuchando de muchas formas distintas las preocupaciones de las comunidades: que no hay transparencia, que no hay suficiente información, que hay miedo a la tecnología”.“Entiendo todas esas preocupaciones”, dijo White-Newsome, quien añadió que el Consejo Asesor de Justicia Medioambiental de la Casa Blanca creó un grupo de trabajo de líderes de justicia medioambiental de todo el país para abordar las tecnologías de captura de carbono y el hidrógeno, y está trabajando con un equipo interno, incluidos los socios de la agencia federal en el DOE, “sobre cómo abordar todas las cuestiones que ha planteado este organismo”.Los activistas temen que estas medidas sean insuficientes.“Incluso si éste fuera el mejor proyecto de energía verde, no contaminante y más renovable que llegara a los Apalaches, este proceso no se está ajustando a los principios de justicia ambiental”, señaló Coptis.Justicia ambiental y preocupaciones por la contaminación Los centros de hidrógeno fueron presentados como una bendición para las comunidades afectadas por la injusticia medioambiental que les traería empleos y desarrollo económico, una reducción en la contaminación aérea producto de un menor uso de combustibles fósiles y la promesa de convertirse en protagonistas de la transición energética en Estados Unidos.Pero más de 140 organizaciones por la justicia ambiental han firmado cartas públicas resaltando las formas en las que la energía del hidrógeno podría prolongar el uso de combustibles fósiles, crear riesgos y empeorar la contaminación del aire local, de acuerdo con un reporte publicado por la EFI Foundation.Los centros del Atlántico Medio y del Medio Oeste prevén utilizar energías renovables y energía nuclear además de combustibles fósiles, mientras que los centros de California, el Noroeste del Pacífico y Heartland prevén utilizar combinaciones de energías renovables, biomasa y energía nuclear. Los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo prevén utilizar principalmente combustibles fósiles.Los centros de hidrógeno serán una densa red de infraestructuras que se extenderán a lo largo de vastas regiones geográficas. Muchos de sus componentes están siendo planeados para aterrizar en comunidades que han sido desproporcionadamente afectadas por la contaminación (principalmente producto de la extracción de combustibles fósiles), para aprovechar la infraestructura ya existente. Por ejemplo, la región del Canal de Houston, el Inland Empire en California y el noroeste de Indiana incluyen comunidades afectadas por la injusticia ambiental y todas están esperando la llegada tentativa de infraestructuras de los centros de hidrógeno. Las tres regiones figuran entre los peores lugares del país en cuanto a contaminación atmosférica. El DOE ha dicho que los proyectos solo serán premiados si demuestran que tienen planes para minimizar los impactos negativos y para proveer beneficios para estas comunidades, pero hasta ahora las poblaciones que están esperando la llegada de los centros de hidrógeno dicen que no han visto ningún tipo de información sobre cómo los socios de los proyectos planean hacer esto (alguna información ha sido compartido en el plan de beneficios comunitarios en el de California). La gente está preocupada de que los centros añadan nuevas fuentes de contaminación industrial a las comunidades ya contaminadas, mientras que los datos sobre los impactos acumulativos de las redes existentes y ampliadas de infraestructuras energéticas siguen siendo escasos. Las preocupaciones sobre los riesgos de salud son especialmente pronunciados alrededor de los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo debido a su gran dependencia de los combustibles fósiles. EHN escuchó voces preocupadas por las nuevas emisiones procedentes del tráfico de camiones y barcazas, el posible uso del dominio eminente para confiscar propiedades privadas para construir oleoductos, el riesgo de que los oleoductos exploten o tengan fugas y el aumento de las emisiones de óxido de nitrógeno procedentes de la combustión final del combustible de hidrógeno, que contribuiría a aumentar los niveles de contaminación por partículas y ozono. La exposición a este tipo de contaminantes se ha relacionado con múltiples efectos negativos, incluyendo un aumento en el riesgo de cáncer, enfermedades respiratorias y del corazón, nacimientos prematuros y bajos pesos al nacer.También hay preocupaciones por la dependencia de estos centros de las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, las cuales son necesarias para transformar combustibles fósiles en hidrógeno, pero no serán necesarias en aquellos centros que no usen combustibles fósiles para su producción.La tecnología de captura del carbono es controversial, pues muchos expertos y activistas la consideran una forma de prolongar el uso de combustibles fósiles y han expresado que esta tecnología podría empeorar el cambio climático debido al enorme consumo energético que requiere su implementación. Adicionalmente, debido a que el CO2 capturado contiene sustancias tóxicas, como compuestos orgánicos volátiles y mercurio, la técnica puede plantear riesgos para las aguas subterráneas, el suelo y el aire a través de fugas. El mes pasado, las autoridades informaron de que la primera planta comercial de secuestro de carbono del país, en Illinois, había tenido dos fugas este año bajo el lago Decatur, una fuente de agua potable para el poblado de Decatur. La empresa propietaria de la planta, ADM, no informó a las autoridades de las fugas durante meses. “Se trata de comunidades muy arraigadas a procesos extractivos como la minería del carbón y el gas natural, por lo que la llegada de constructores que les proponen algo no es nada nuevo para ellos. Pero cuando se enteran de que los constructores no están interesados en extraer, sino en depositar, en inyectar, se les abren los ojos”, dijo a EHN Ethan Story, director de defensa y abogado del Center for Coalfield Justice, un grupo de defensa de la salud comunitaria del oeste de Pensilvania.Asociados con el sector de los combustibles fósilesCada centro de hidrógeno cuenta con una empresa, una organización sin ánimo de lucro o una asociación público-privada que supervisa el proyecto. Esta organización está a cargo de crear la propuesta, seleccionar los proyectos, facilitar la participación, recibir y distribuir los fondos federales y actuar como un puente entre el DOE y los socios industriales. Además de la inversión de $7 mil millones de dólares, la financiación para los centros de hidrógeno incluirá inversiones privadas significativas, incentivadas por la Ley de Reducción de la Inflación. Algunos de los principales contratistas existían antes de que se lanzaran los centros, como Battelle, que está a cargo del centro en los Apalaches, o como el Energy & Environmental Research Center, encargado del centro Heartland. Otros se formaron específicamente para supervisar los proyectos de hidrógeno, como la Alliance for Renewable Clean Hydrogen Energy Systems (ARCHES), que está a cargo del centro en California y HyVelocity, Inc, del centro de la Costa del Golfo.Además de estos contratistas, los centros tienen socios individuales para los proyectos que incluyen a compañías de combustibles fósiles. En el centro de la Costa del Golfo, Chevron, ExxonMobil y Shell son solo algunas de las compañías de combustibles fósiles incluidas en la lista de socios proyectados. Los socios del proyecto en los Apalaches incluyen a CNX Resources, Enbridge, Empire Diversified Energy y EQT Corporation; y el centro de California lista a Chevron como uno de sus socios. Esto está sembrando la desconfianza en algunas comunidades.Por ejemplo, en un documento del DOE publicado en agosto, la agencia informó que EQT Corporation, el segundo mayor productor de gas natural del país, organizaría sesiones de escucha comunitaria y trabajaría para establecer un comité asesor comunitario para sus proyectos en el centro de hidrógeno de los Apalaches. EQT ha acumulado infracciones medioambientales en sus pozos de fracking que culminaron en el desalojo de varias familias de Virginia Occidental. La empresa también ha promovido la desinformación sobre el papel de la industria del gas natural en el empeoramiento del cambio climático. “Elegir a EQT para hacerse cargo de esta parte del proceso muestra la falta de involucramiento real con la comunidad, la falta de confianza, la falta de transparencia que ha rodeado el proceso de beneficios colectivos [del centro de hidrógeno de los Apalaches]”, dijo a EHN Matt Mehalik, director ejecutivo del Breathe Project, una coalición de oenegés en el occidente de Pensilvania. “La elección de este administrador ilustra la falta de interés por establecer algún tipo de confianza con las comunidades afectadas”, añadió.Karen Feridun, co-fundadora del grupo activista por el clima de Pensilvania Better Path Coalition, dijo que “si EQT crea un CAC [comité asesor comunitario] será para averiguar qué color de las gorras del ARCH2 [centro de hidrógeno de los Apalaches] prefiere la gente”.EQT Corporation y Battelle no respondieron a múltiples solicitudes de entrevista, ni a las preguntas específicas que les enviamos sobre el proceso de participación y la supuesta falta de transparencia.El DOE también tercerizó la gestión de la participación ciudadana en la Costa del Golfo a una organización local – el Houston Advanced Research Center, o HARC, por sus siglas en inglés. La organización fue fundada en 1982 por George Mitchell, también conocido como “el padre del fracking”, a quien se le atribuyó el auge del petróleo proveniente de esquisto en Texas. En 2001, HARC actualizó su misión en su página web, e incluyó una referencia a la mitigación del riesgo climático y el fomento de las energías limpias. En 2023, la organización incluyó la energía del hidrógeno en su planificación estratégica y en su visión empresarial. Margaret Cook, quien dirige la oficina de equidad climática de HARC y es una representante de sus esfuerzos de participación comunitaria, le dijo a EHN que la organización había contactado a algunos grupos activistas locales para discutir su rol en el proceso de involucramiento ciudadano del centro. Cook dijo que planean incluir una junta asesora conformada por la comunidad que interactuará con las compañías involucradas, y que esta junta aconsejará en cómo deben gastarse los dólares del DOE a nivel regional y comunitario. Adicionalmente, el grupo estará a cargo de organizar los beneficios comunitarios. “Necesitamos entender sus preocupaciones para poder atenderlas”, dijo Cook. “Y necesitamos entender qué perciben ellos como beneficios que realmente les vaya a ayudar, para que así el proyecto pueda dárselo”. Shiv Srivastava, investigadora de política pública para Fenceline Watch, una organización de justicia ambiental de Houston, le dijo a EHN: “Pienso que estamos ante un problema de raíz…tienes organizaciones que son elegidas para ser básicamente el conector con la comunidad, el representante del centro ante la gente. Esto es algo que el Departamento de Energía debería hacer directamente”.Una falta de transparencia y de participación significativaAlgunos describen al East End de Houston como un tablero de ajedrez, donde los límites de sus casas, escuelas y zonas verdes están flanqueados por plantas industriales, aparcamientos, muelles de entrada, chimeneas y refinerías. La comunidad del East End está en el percentil 99 de exposición a tóxicos en el aire (es decir, que están más expuestos que el 99% de la población en Estados Unidos) y es el hogar de una de las fuentes más grandes de contaminación química del estado de Texas. Los residentes de estos barrios, como Srivastava e Yvette Arellano, directorx ejecutivx de Fenceline Watch, temen que esta enorme presencia industrial sólo aumentará con la introducción del hidrógeno. “En lo que respecta a la captura de carbono, al secuestro y la captura directa en el aire, son casi principios básicos de [la producción de] hidrógeno”, afirma Srivastava. “Vemos que el hidrógeno se postula rápidamente como la nueva materia prima para la producción petroquímica, y que desplazará a los combustibles fósiles, lo que, para nuestra comunidad, no funciona, porque igual siguen produciendo estos tóxicos contaminantes”. Arellano le dijo a EHN que Fenceline Watch educa al público sobre proyectos industriales, pero que esta labor ha sido complicada respecto al centro de hidrógeno pues “no hay un proceso de participación ciudadana formal en los siete centro de producción”. La oficina de demostraciones de energías limpias (OCED, por sus siglas en inglés) del DOE auspició nueve sesiones de escucha iniciales para los centros y resumió los comentarios recibidos durante esas reuniones en su página web. El DOE no dejó las grabaciones disponibles para el público general, pero un análisis de EHN de las transcripciones muestran que la mayoría de comentarios expresaron preocupación sobre temas como la seguridad de los empleados, la localización de los oleoductos, la eficacia de la captura de carbono, el impacto de las emisiones, quién regulará estos proyectos, los permisos, la ubicación de los complejos, barreras lingüísticas y la injusticia medioambiental.En la sesión sobre el centro de la Costa del Golfo, la comunidad pidió hacer sesiones formales en las que pudieran presentar sus preguntas por escrito y recibir respuestas escritas en el mismo lenguaje sencillo. “Lo que hemos oído es que esa no es la forma en la que se hace este proceso”, dijo Arellano. “Lo que hemos oído es un silencio sepulcral”. De los 113 comentarios que el DOE transcribió de las sesiones de escucha, 95 expresaron algún tipo de oposición a los proyectos y hubo por lo menos 49 reclamos exigiendo una mayo transparencia y mejor participación ciudadana. EHN también escuchó reclamos más allá de las sesiones de escucha, particularmente relacionadas con la justicia ambiental y la participación ciudadana respecto a todos los centros menos sobre Heartland, que se expandirá a lo largo de Dakota del Norte y del Sur, así como Minnesota (el centro perdió a sus socios clave Marathon Petroleum y TC Energy, así que no es del todo claro si se realizará).En respuesta a las quejas, el DOE publicó un resumen de los puntos clave que escuchó durante las reuniones y cómo esos comentarios estaban siendo incorporados en el proceso de planeación de los centros de producción. Un vocero de la agencia dijo que este tipo de trabajo con las comunidades es nuevo para el DOE y que los proyectos aún están en las primeras etapas, por lo que la agencia todavía está aprendiendo y trabajando para asegurarse de que las preocupaciones de la gente sean atendidas de forma adecuada. Añadieron que la oficina de demostraciones de energías limpias (OCED) ha llevado a cabo más de 70 reuniones con la gente de la comunidad y grupos organizados, funcionarios locales, personal de primeros auxilios, sindicatos y otros grupos comunitarios, y que ha ofrecido sesiones informativas a más de 4.000 personas en las regiones de los centros de hidrógeno.“Tengo preguntas y preocupaciones”, dijo el senador demócrata por el estado de Dakota del Norte, Tim Mathern. “Hasta ahora, he apoyado al proyecto, pues se presenta como una alternativa de combustible más limpia que los fósiles y mejor para nuestro planeta. Pero se ha dado muy poca información sobre los impactos ambientales y me gustaría saber más”.EHN buscó a otros políticos en los 16 estados en donde se realizarán estos proyectos y recibió cinco respuestas, cuatro de ellas provenientes de las regiones en donde se construirá el centro del Pacífico Noroeste. La mayoría de estas respuestas señalaron la necesidad de contar con más información, tal y como lo han expresado sus votantes.“Ha habido relacionamiento con funcionarios locales y algunos funcionarios estatales”, le dijo el representante repúblicano de Montana, Denley Loge, a EHN. “La mayoría [de personas] no entienden bien pero tampoco buscan información por su parte. A nivel local, cuando se han hecho reuniones, muy poquita gente va, pero los rumores desinformados se expanden fácilmente”.La representante demócrata texana Penny Morales Shaw expresó su apoyo al centro de la Costa del Golfo.“Como representante estatal, recibo mucha información de mis constituyentes todos los días sobre la mala calidad del aire y la forma cómo las condiciones ambientales impactan su salud y calidad de vida”, Morales Shaw le dijo a EHN. “Los centros de hidrógeno pueden ayudarnos a alcanzar las emisiones netas de carbono cero y todos queremos asegurarnos de que se logre de forma eficaz y colaborativa”.Las sesiones de escucha del DOE son solo una de las formas en las que las comunidades han pedido mejoras en el proceso de participación. EHN también hizo seguimiento a las solicitudes escritas en relación con la transparencia fuera de estos espacios. Encontramos que:Un grupo de líderes de distintas organizaciones activistas a nivel nacional, incluyendo al Clean Air Task Force, el Environmental Defense Fund y el Natural Resources Defense Counsel, también le pidieron formalmente al DOE mayor transparencia y participación. 54 organizaciones de los Apalaches y grupos de base firmaron una carta dirigida al DOE en la que pedían suspender el proyecto, citando una falta de transparencia y participación.32 grupos de la región del Atlántico Medio firmaron una carta para el DOE diciendo que la primera reunión sobre el proyecto fue inaccesible para muchos residentes y, una vez más, pidiendo mayor transparencia y participación.15 organizaciones de base enviaron una carta al DOE expresando sus frustraciones sobre el mismo tema en el centro del Medio Oeste.Nueve grupos activistas por la justicia y el ambiente en California hicieron un llamado similar relacionado con los mismos problemas.Una coalición de grupos de Texas, California, Washington, Pensilvania, Nuevo México e Indiana pidieron mejorar la transparencia y participación en un reporte.A falta de una participación significativa en los proyectos, una coalición de grupos activistas también ha publicado recientemente su propia “Guía de beneficios comunitarios en el suroeste de Pensilvania” con la esperanza de que el proyecto del centro de hidrógeno de los Apalaches, y otros similares, la utilicen como referencia.Un vocero del DOE dijo que la agencia ha respondido de forma directa a más de 50 cartas pero la mayoría de esas respuestas no están disponibles para el público. Los activistas que recibieron estas respuestas le dijeron a este medio que no se encuentran satisfechos. La agencia se negó a responder nuestras preguntas sobre si estaba trabajando para responder a los reclamos específicos contenidos en dichas misivas. En una presentación inicial sobre los centros, el DOE discutió las etapas de “autorizado / no autorizado” de los proyectos, que requieren que haya participación ciudadana antes de continuar. Esto le hizo creer a muchas comunidades que los proyectos podrían no hacerse si decidían que los costos eran mayores que los beneficios. Resultó ser una apreciación equivocada. “Las comunidades no tienen el derecho a negarse”, dijo el DOE en julio, en un correo electrónico respondiendo a preguntas que les enviaron organizaciones sobre el centro del Atlántico Medio. “Este no es un requisito del programa H2Hubs”.Algunas personas, incluyendo a Feridun de la Better Path Coalition en Pensilvania, se sintieron engañadas. “Nos han repetido una y otra vez lo de estas decisiones de ‘autorizado / no autorizado’ y de cómo participaremos en cada una de ellas, pero eso simplemente no es lo que está ocurriendo”.Los activistas cuestionan qué tan ético es que el gobierno federal pueda autorizar nuevas fuentes de contaminación en comunidades impactadas por la injusticia ambiental, sin que necesiten el consentimiento de las mismas. También hay una percepción generalizada de que los socios industriales de los centros están prosiguiendo con la planeación de reuniones a puerta cerrada con funcionarios de la agencia federal, sin contar con la participación de los ciudadanos.“El DOE apareció en la primera sesión de escucha como un co-anfitrión de la llamada [ junto a los socios industriales]”, dijo Chris Chyung, el director ejecutivo del grupo de activismo ambiental Indiana Conservation Voters, sobre la experiencia en las reuniones sobre el centro de hidrógeno del Medio Oeste. “Esto crea un dilema ético, pues se supone que el DOE debe ser un mediador que supervisa el uso de este dinero y defiende los intereses de los contribuyentes que lo pagan”. En la costa este, el principal contratista del centro del Atlántico Medio organizó reuniones de networking mensuales para los socios corporativos con un costo de participación de entre $25 y $50 dólares y que no están abiertas al público. También estableció un programa de membresías que cuesta entre $2,500 y $10,000 dólares y que le da a sus miembros acceso gratuito a webinars educativos, inscripciones gratuitas para la “Conferencia Anual de Hidrógeno MACH2” y acceso a eventos exclusivos para miembros y a un sitio web con información adicionales sobre los proyectos. En un correo electrónico dirigido a activistas locales que preguntaron porqué estas oportunidades no estaban disponibles para el público general, un vocero del DOE dijo que las reuniones de networking eran para “negocios, startups y otras partes interesadas en la economía de la energía limpia” y que “no están diseñadas para reemplazar los eventos con la comunidad”. “Nuestra preocupación más grande es que muchos de estos proyectos que se están configurando como fundamentales [para el desarrollo del centro del Atlántico Medio] están avanzando sin nuestro involucramiento” le dijo a este medio Tracy Carluccio, quien es la directora adjunta del Delaware Riverkeeper Network. En noviembre de 2023, la oenegé que lidera Carluccio presentó una solicitud FOIA para acceder a estas aplicaciones y a otros contenidos relacionados con el centro en esa región. Cuando recibieron las respuestas en agosto de 2024, se dieron cuenta de que varios proyectos iban mucho más adelante de lo que pensaban. Del mismo modo, cerca de los centros de California, las comunidades han oído promesas de que la producción de hidrógeno sólo provendrá de energías renovables, según Kayla Karimi, abogada de la organización sin ánimo de lucro Center on Race, Poverty and the Environment, con sede en California. Su organización no ha visto ningún contrato o documento que respalde esas promesas más allá de los anuncios iniciales realizados antes de la financiación. Karimi dijo que para obtener información sobre el centro de California más allá de la que aparece en su sitio web, le pidieron a su organización firmar un acuerdo de confidencialidad (NDA, por sus siglas en inglés). El acuerdo le pareció “muy punitivo” y dijo que quienes lo firmaran podrían enfrentarse a consecuencias legales por hablar negativamente del centro de California. La organización de Karimi no firmó el acuerdo y abogó por que los miembros de la comunidad no lo hicieran. EHN también habló con Steven Lehat, director ejecutivo de la compañía de inversiones bancarias Colton Alexander, la cual firmó NDAs para acceder a tres comités privados de planeación del centro en California. Si bien los NDA permiten acceder a más información, sería ilegal compartirla con los miembros de la comunidad. Barreras como esta plantean dudas sobre qué tan equitativo es el proceso de participación comunitaria, inclusive en aquellos casos en los que se usarán fuentes de energías renovables. “Los comentarios de la comunidad han sido muy limitados hasta ahora porque no sabemos sobre qué estamos comentando”, Karimi le dijo a EHN. “Pero aún así tampoco sabríamos si están siendo incorporados, porque no nos han dicho nada [y] no se han comunicado con nosotros”. Cuando le preguntamos sobre los NDA, una vocera para ARCHES, la organización supervisando el centro de producción de California, le dijo a EHN que los acuerdos no eran obligatorios para poder participar en los grupos de trabajo relacionados con el trabajo comunitario o los beneficios. “ARCHES mantiene su principio de participación de las partes interesadas y de la comunidad y seguirá trabajando para garantizar que todas las partes interesadas puedan formar parte de nuestras reuniones comunitarias”, dijo la portavoz en un correo electrónico. “Sin embargo, los acuerdos de confidencialidad son necesarios para convertirse en miembro de ARCHES, ya que las empresas miembro deben sentirse seguras compartiendo información sensible o de propiedad intelectual”.El centro del Pacífico Noroeste se diferenció del resto al tener información pública disponible. Keith Curl Dove, un organizador de la Washington Conservation Action, le dijo a EHN que su organización pudo acceder a la ubicación proyectada para muchos de los proyectos y al historial de trabajo con comunidades indígenas, y dijo que la Cámara de Comercio de Washington intentó responder a todas las preguntas y preocupaciones que su organización presentó.Los políticos del estado expresaron una perspectiva similar. “Tengo que decir que, desde el principio, creo que ha habido un amplio proceso de participación de las partes interesadas, que es diferente de un proceso de participación de la comunidad, para averiguar qué empresas, qué industrias, etc., iban a estar dispuestas a hacer las inversiones para complementar la inversión federal y del estado de Washington en nuestro centro de hidrógeno del noroeste [del Pacífico]”, dijo a EHN Alex Ramel, representante demócrata del estado de Washington. “Dos de las cinco refinerías del estado están en mi distrito y hay otras dos en el distrito de al lado, al norte”, dijo. “Esto quiere decir que el 90% de la capacidad de refinado del estado está justo al lado, y las refinerías van a ser uno de los principales lugares de implantación del hidrógeno en el Estado de Washington, y creo que son un primer cliente importante... porque ya utilizan hidrógeno sucio, y esta es una oportunidad para sustituirlo por hidrógeno verde”.En documentos de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, el Consejo Asesor sobre Justicia Medioambiental de la Casa Blanca compartió sus preocupaciones sobre los centros de hidrógeno y otras tecnologías de manejo del carbono. “Esta inversión en la “experimentación” de una tecnología que carece de suficiente investigación sobre su seguridad y eficacia crea aún más barreras de desconfianza entre las comunidades afectadas, en particular las que han sido histórica y actualmente son privadas de sus derechos, y los respectivos organismos gubernamentales”, dice el documento.El Consejo añadió que “un planteamiento humano de la gestión del carbono consistiría en dar prioridad a una investigación sólida (no influida por los contaminadores) que incluya un análisis robusto de los posibles riesgos para la salud pública y el medio ambiente”.Estas preocupaciones reflejan las de los individuos en los territorios. “¿De verdad podemos confiar en otro contaminador?” cuestionó Arellano, de Fenceline Watch.Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federalesEste artículo fue traducido por María Paula Rubiano A.Producción y edición de video: Jimmy EvansSobre las autoras: Kristina Marusic cubre temas de salud ambiental y justicia en Pittsburgh y el occidente de Pennsylvania para Environmental Health News. Su nuevo libro, "A New War On Cancer: The Unlikely Heroes Revolutionizing Prevention", revela la existencia de un naciente movimiento a nivel nacional que busca prevenir el cáncer reduciendo la exposición a sustancias químicas cancerígenas en nuestra vida cotidiana. Cami Ferrell es una reportera de vídeo bilingüe para Environmental Health News, radicada en Houston (Texas). Ferrell informa principalmente sobre el desarrollo de la industria petroquímica en la costa del Golfo de Texas.

Esta es la primera parte de una serie de dos entregas. Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federalesEn un día lluvioso de septiembre, Veronica Coptis y sus dos hijos se pararon a orillas del río Monongahela, en un parque cerca a su hogar, observando cómo un par de barcazas cargadas con montones de carbón desaparecían por la ribera.Haz clic aquí para leer este reportaje en inglés. To read and watch a version of this story in English click here.“Me preocupa que no están teniendo en cuenta la cantidad de tráfico industrial que este río ya carga y cuánto más va a agregar el centro de hidrógeno”, le dijo Coptis a EHN.Coptis vive con su esposo y sus hijos en Carmichaels, en Pensilvania, un pueblo otrora dedicado al carbón cercano a la frontera con Virginia Occidental, con unos 434 habitantes. La autoridad hídrica local usa al río Monongahela como fuente de agua. Contaminantes asociados a la actividad industrial y potencialmente cancerígenos, como el bromodiclorometano, cloroformo y dibromoclorometano, se han detectado en el agua potable de la comunidad.Coptis creció rodeada de mineros del carbón, pero se convirtió en una activista contra este mineral y el fracking después de ser testigo de los daños ambientales causados por la industria de combustibles fósiles. Ahora, ve una nueva batalla en el horizonte: el Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches, una extensa red de infraestructura que usará principalmente gas natural para crear hidrógeno, que luego será usado como combustible. Se espera que parte del nuevo centro de hidrógeno sea construido en La Belle, que está a unos 30 minutos en auto hacia el norte del río Monongahela desde su casa.“Me preocupa mucho qué tan grande va a ser este complejo industrial y cómo serán sus emisiones, y si va a aumentar el tráfico en el río y las carreteras”, dijo Coptis, quien trabaja como consejera senior en la oenegé climática Taproot Earth. “También me preocupa que, debido a que esto va a ser hidrógeno azul, aumente la demanda de fracking, y yo ya vivo rodeada de pozos de fracking”.El Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches es una de las siete redes de este tipo de infraestructuras propuestas hace un año y financiadas con fondos federales. Son una iniciativa que nació de la Ley Bipartidista de Infraestructura que la administración de Biden logró pasar en 2021. El hidrógeno creado en los centros, que provendrá tanto de fuentes renovables como de combustibles fósiles, será usado por industrias que son difíciles de electrificar, como la siderurgia, la construcción y la producción de petroquímicos.Los centros apoyan el objetivo de la administración de Biden de alcanzar cero emisiones netas de carbono en todo el país para 2050 y lograr una red eléctrica 100% “limpia” para 2035. Los siete centros de hidrógeno, que están en diversas etapas de desarrollo pero en su mayoría están en la planeación y la selección de sitios, fueron considerados como proyectos de energías limpias bajo la administración de Biden, incluyendo aquellos que usarán combustibles fósiles para la producción.En marzo y mayo, Coptis asistió a unas sesiones de escucha organizadas por los socios industriales del proyecto y por el Departamento de Energía de los Estados Unidos (DOE, por sus siglas en inglés), que es la entidad encargada del desarrollo de los centros y de repartir los $7 mil millones en fondos federales para ellos. Esperaba que las sesiones le dieran respuestas, como por ejemplo exactamente donde se ubicaran las instalaciones y qué pasaría en ellas. Sin embargo, salió con aún más preguntas. Las aplicaciones iniciales que los socios industriales presentaron ante el DOE, que incluyeron cronogramas, costos estimados, detalles de las posibles ubicaciones y estimaciones de los impactos en el medio ambiente y la salud, fueron mantenidas en secreto por la agencia a pesar de las frecuentes peticiones de los miembros de la comunidad para que se compartieran esos detalles.“El Departamento de Energía y las compañías involucradas no han sido transparentes”, dijo Coptis. “No es posible que las comunidades demos aportes significativos sobre los proyectos cuando literalmente no sabemos nada sobre ellos”. En 2023, la administración de Biden logró aprobar una serie de políticas federales históricas que le ordenaron a 80 agencias nacionales priorizar la justicia medioambiental en todas sus decisiones. El DOE prometió ser un ejemplo a través de los centros de hidrógeno, pero, hasta ahora, esto no ha sucedido, de acuerdo con más de 30 miembros de las comunidades potencialmente afectadas y activistas con los cuales EHN habló. Afirman que los detalles siguen siendo confusos, que las consultas públicas sólo se planifican después de que los socios de la industria ya han recibido millones de dólares en fondos públicos y que las comunidades no intervienen en la toma de decisiones.“Las promesas que el DOE ha hecho no han sido cumplidas, de acuerdo con la definición de justicia ambiental de la misma entidad”, dijo a EHN Batoul Al-Sadi, un asociado senior en Natural Resources Defense Council (NRDC), un grupo ambientalista nacional que ha estado presionando para que haya una mayor transparencia en los centros de hidrógeno. Nuestra investigación también encontró que:En las sesiones iniciales de escucha sobre los centros, 95 de los 113 comentarios públicos que fueron presentados expresaron oposición a los proyectos.49 de los 113 comentarios expresaron preocupación sobre la falta de transparencia y participación significativa de las comunidades.Más de 100 grupos ambientalistas regionales y nacionales le han enviado cartas al DOE pidiéndole mayor transparencia y mejoras en sus procesos de diálogo con las comunidades.Las comunidades no tienen el derecho de rehusarse a la llegada de los centros de hidrógeno si se prueba que los daños serán mayores que los beneficios.El DOE no se está adhiriendo a sus propios planes de participación comunitaria, de acuerdo con expertos y activistas.“Hoy, las regulaciones [federales de justicia ambiental] están mejor que nunca”, dijo a EHN Stephen Schima, un experto en regulaciones ambientales y consejero legislativo senior en Earthjustice. “Las agencias tienen la oportunidad de hacer esto de forma correcta… solo es una cuestión de implementación, que ha probado ser un gran reto hasta ahora”.Ante nuestras preguntas sobre la transparencia y la participación comunitaria en estos procesos, el DOE respondió a EHN que la agencia “está enfocada en conseguir que estos proyectos sean seleccionados para negociar su adjudicación oficialmente ... Una vez adjudicados, el DOE dará a conocer más detalles sobre los mismos”.Los residentes de las siete comunidades de los centros de hidrógeno temen que, una vez se hayan distribuido millones de dólares en financiación federal para estos proyectos, sus aportes serán irrelevantes.En julio, los centros de los Apalaches y de California ya habían recibido cada uno $30 millones de dólares y el centro del Pacífico Noroeste ya había recibido $27,5 millones en fondos federales. La financiación para el resto de centros sigue en trámite. En total, se prevé que los siete centros planeados recibirán unos $7 mil millones de dólares en fondos públicos federales.Jalonne White-Newsome, la jefa de justicia ambiental del Consejo de la Casa Blanca para la Calidad Ambiental, dijo que es consciente de que las comunidades están frustradas por los centros de hidrógeno. “Paso mucho tiempo trabajando con nuestros colegas del Departamento de Energía [y otras agencias federales] asegurándonos de que estamos apoyando la llegada segura de estas tecnologías”, White-Newsome le dijo a EHN. “Sigo escuchando de muchas formas distintas las preocupaciones de las comunidades: que no hay transparencia, que no hay suficiente información, que hay miedo a la tecnología”.“Entiendo todas esas preocupaciones”, dijo White-Newsome, quien añadió que el Consejo Asesor de Justicia Medioambiental de la Casa Blanca creó un grupo de trabajo de líderes de justicia medioambiental de todo el país para abordar las tecnologías de captura de carbono y el hidrógeno, y está trabajando con un equipo interno, incluidos los socios de la agencia federal en el DOE, “sobre cómo abordar todas las cuestiones que ha planteado este organismo”.Los activistas temen que estas medidas sean insuficientes.“Incluso si éste fuera el mejor proyecto de energía verde, no contaminante y más renovable que llegara a los Apalaches, este proceso no se está ajustando a los principios de justicia ambiental”, señaló Coptis.Justicia ambiental y preocupaciones por la contaminación Los centros de hidrógeno fueron presentados como una bendición para las comunidades afectadas por la injusticia medioambiental que les traería empleos y desarrollo económico, una reducción en la contaminación aérea producto de un menor uso de combustibles fósiles y la promesa de convertirse en protagonistas de la transición energética en Estados Unidos.Pero más de 140 organizaciones por la justicia ambiental han firmado cartas públicas resaltando las formas en las que la energía del hidrógeno podría prolongar el uso de combustibles fósiles, crear riesgos y empeorar la contaminación del aire local, de acuerdo con un reporte publicado por la EFI Foundation.Los centros del Atlántico Medio y del Medio Oeste prevén utilizar energías renovables y energía nuclear además de combustibles fósiles, mientras que los centros de California, el Noroeste del Pacífico y Heartland prevén utilizar combinaciones de energías renovables, biomasa y energía nuclear. Los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo prevén utilizar principalmente combustibles fósiles.Los centros de hidrógeno serán una densa red de infraestructuras que se extenderán a lo largo de vastas regiones geográficas. Muchos de sus componentes están siendo planeados para aterrizar en comunidades que han sido desproporcionadamente afectadas por la contaminación (principalmente producto de la extracción de combustibles fósiles), para aprovechar la infraestructura ya existente. Por ejemplo, la región del Canal de Houston, el Inland Empire en California y el noroeste de Indiana incluyen comunidades afectadas por la injusticia ambiental y todas están esperando la llegada tentativa de infraestructuras de los centros de hidrógeno. Las tres regiones figuran entre los peores lugares del país en cuanto a contaminación atmosférica. El DOE ha dicho que los proyectos solo serán premiados si demuestran que tienen planes para minimizar los impactos negativos y para proveer beneficios para estas comunidades, pero hasta ahora las poblaciones que están esperando la llegada de los centros de hidrógeno dicen que no han visto ningún tipo de información sobre cómo los socios de los proyectos planean hacer esto (alguna información ha sido compartido en el plan de beneficios comunitarios en el de California). La gente está preocupada de que los centros añadan nuevas fuentes de contaminación industrial a las comunidades ya contaminadas, mientras que los datos sobre los impactos acumulativos de las redes existentes y ampliadas de infraestructuras energéticas siguen siendo escasos. Las preocupaciones sobre los riesgos de salud son especialmente pronunciados alrededor de los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo debido a su gran dependencia de los combustibles fósiles. EHN escuchó voces preocupadas por las nuevas emisiones procedentes del tráfico de camiones y barcazas, el posible uso del dominio eminente para confiscar propiedades privadas para construir oleoductos, el riesgo de que los oleoductos exploten o tengan fugas y el aumento de las emisiones de óxido de nitrógeno procedentes de la combustión final del combustible de hidrógeno, que contribuiría a aumentar los niveles de contaminación por partículas y ozono. La exposición a este tipo de contaminantes se ha relacionado con múltiples efectos negativos, incluyendo un aumento en el riesgo de cáncer, enfermedades respiratorias y del corazón, nacimientos prematuros y bajos pesos al nacer.También hay preocupaciones por la dependencia de estos centros de las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, las cuales son necesarias para transformar combustibles fósiles en hidrógeno, pero no serán necesarias en aquellos centros que no usen combustibles fósiles para su producción.La tecnología de captura del carbono es controversial, pues muchos expertos y activistas la consideran una forma de prolongar el uso de combustibles fósiles y han expresado que esta tecnología podría empeorar el cambio climático debido al enorme consumo energético que requiere su implementación. Adicionalmente, debido a que el CO2 capturado contiene sustancias tóxicas, como compuestos orgánicos volátiles y mercurio, la técnica puede plantear riesgos para las aguas subterráneas, el suelo y el aire a través de fugas. El mes pasado, las autoridades informaron de que la primera planta comercial de secuestro de carbono del país, en Illinois, había tenido dos fugas este año bajo el lago Decatur, una fuente de agua potable para el poblado de Decatur. La empresa propietaria de la planta, ADM, no informó a las autoridades de las fugas durante meses. “Se trata de comunidades muy arraigadas a procesos extractivos como la minería del carbón y el gas natural, por lo que la llegada de constructores que les proponen algo no es nada nuevo para ellos. Pero cuando se enteran de que los constructores no están interesados en extraer, sino en depositar, en inyectar, se les abren los ojos”, dijo a EHN Ethan Story, director de defensa y abogado del Center for Coalfield Justice, un grupo de defensa de la salud comunitaria del oeste de Pensilvania.Asociados con el sector de los combustibles fósilesCada centro de hidrógeno cuenta con una empresa, una organización sin ánimo de lucro o una asociación público-privada que supervisa el proyecto. Esta organización está a cargo de crear la propuesta, seleccionar los proyectos, facilitar la participación, recibir y distribuir los fondos federales y actuar como un puente entre el DOE y los socios industriales. Además de la inversión de $7 mil millones de dólares, la financiación para los centros de hidrógeno incluirá inversiones privadas significativas, incentivadas por la Ley de Reducción de la Inflación. Algunos de los principales contratistas existían antes de que se lanzaran los centros, como Battelle, que está a cargo del centro en los Apalaches, o como el Energy & Environmental Research Center, encargado del centro Heartland. Otros se formaron específicamente para supervisar los proyectos de hidrógeno, como la Alliance for Renewable Clean Hydrogen Energy Systems (ARCHES), que está a cargo del centro en California y HyVelocity, Inc, del centro de la Costa del Golfo.Además de estos contratistas, los centros tienen socios individuales para los proyectos que incluyen a compañías de combustibles fósiles. En el centro de la Costa del Golfo, Chevron, ExxonMobil y Shell son solo algunas de las compañías de combustibles fósiles incluidas en la lista de socios proyectados. Los socios del proyecto en los Apalaches incluyen a CNX Resources, Enbridge, Empire Diversified Energy y EQT Corporation; y el centro de California lista a Chevron como uno de sus socios. Esto está sembrando la desconfianza en algunas comunidades.Por ejemplo, en un documento del DOE publicado en agosto, la agencia informó que EQT Corporation, el segundo mayor productor de gas natural del país, organizaría sesiones de escucha comunitaria y trabajaría para establecer un comité asesor comunitario para sus proyectos en el centro de hidrógeno de los Apalaches. EQT ha acumulado infracciones medioambientales en sus pozos de fracking que culminaron en el desalojo de varias familias de Virginia Occidental. La empresa también ha promovido la desinformación sobre el papel de la industria del gas natural en el empeoramiento del cambio climático. “Elegir a EQT para hacerse cargo de esta parte del proceso muestra la falta de involucramiento real con la comunidad, la falta de confianza, la falta de transparencia que ha rodeado el proceso de beneficios colectivos [del centro de hidrógeno de los Apalaches]”, dijo a EHN Matt Mehalik, director ejecutivo del Breathe Project, una coalición de oenegés en el occidente de Pensilvania. “La elección de este administrador ilustra la falta de interés por establecer algún tipo de confianza con las comunidades afectadas”, añadió.Karen Feridun, co-fundadora del grupo activista por el clima de Pensilvania Better Path Coalition, dijo que “si EQT crea un CAC [comité asesor comunitario] será para averiguar qué color de las gorras del ARCH2 [centro de hidrógeno de los Apalaches] prefiere la gente”.EQT Corporation y Battelle no respondieron a múltiples solicitudes de entrevista, ni a las preguntas específicas que les enviamos sobre el proceso de participación y la supuesta falta de transparencia.El DOE también tercerizó la gestión de la participación ciudadana en la Costa del Golfo a una organización local – el Houston Advanced Research Center, o HARC, por sus siglas en inglés. La organización fue fundada en 1982 por George Mitchell, también conocido como “el padre del fracking”, a quien se le atribuyó el auge del petróleo proveniente de esquisto en Texas. En 2001, HARC actualizó su misión en su página web, e incluyó una referencia a la mitigación del riesgo climático y el fomento de las energías limpias. En 2023, la organización incluyó la energía del hidrógeno en su planificación estratégica y en su visión empresarial. Margaret Cook, quien dirige la oficina de equidad climática de HARC y es una representante de sus esfuerzos de participación comunitaria, le dijo a EHN que la organización había contactado a algunos grupos activistas locales para discutir su rol en el proceso de involucramiento ciudadano del centro. Cook dijo que planean incluir una junta asesora conformada por la comunidad que interactuará con las compañías involucradas, y que esta junta aconsejará en cómo deben gastarse los dólares del DOE a nivel regional y comunitario. Adicionalmente, el grupo estará a cargo de organizar los beneficios comunitarios. “Necesitamos entender sus preocupaciones para poder atenderlas”, dijo Cook. “Y necesitamos entender qué perciben ellos como beneficios que realmente les vaya a ayudar, para que así el proyecto pueda dárselo”. Shiv Srivastava, investigadora de política pública para Fenceline Watch, una organización de justicia ambiental de Houston, le dijo a EHN: “Pienso que estamos ante un problema de raíz…tienes organizaciones que son elegidas para ser básicamente el conector con la comunidad, el representante del centro ante la gente. Esto es algo que el Departamento de Energía debería hacer directamente”.Una falta de transparencia y de participación significativaAlgunos describen al East End de Houston como un tablero de ajedrez, donde los límites de sus casas, escuelas y zonas verdes están flanqueados por plantas industriales, aparcamientos, muelles de entrada, chimeneas y refinerías. La comunidad del East End está en el percentil 99 de exposición a tóxicos en el aire (es decir, que están más expuestos que el 99% de la población en Estados Unidos) y es el hogar de una de las fuentes más grandes de contaminación química del estado de Texas. Los residentes de estos barrios, como Srivastava e Yvette Arellano, directorx ejecutivx de Fenceline Watch, temen que esta enorme presencia industrial sólo aumentará con la introducción del hidrógeno. “En lo que respecta a la captura de carbono, al secuestro y la captura directa en el aire, son casi principios básicos de [la producción de] hidrógeno”, afirma Srivastava. “Vemos que el hidrógeno se postula rápidamente como la nueva materia prima para la producción petroquímica, y que desplazará a los combustibles fósiles, lo que, para nuestra comunidad, no funciona, porque igual siguen produciendo estos tóxicos contaminantes”. Arellano le dijo a EHN que Fenceline Watch educa al público sobre proyectos industriales, pero que esta labor ha sido complicada respecto al centro de hidrógeno pues “no hay un proceso de participación ciudadana formal en los siete centro de producción”. La oficina de demostraciones de energías limpias (OCED, por sus siglas en inglés) del DOE auspició nueve sesiones de escucha iniciales para los centros y resumió los comentarios recibidos durante esas reuniones en su página web. El DOE no dejó las grabaciones disponibles para el público general, pero un análisis de EHN de las transcripciones muestran que la mayoría de comentarios expresaron preocupación sobre temas como la seguridad de los empleados, la localización de los oleoductos, la eficacia de la captura de carbono, el impacto de las emisiones, quién regulará estos proyectos, los permisos, la ubicación de los complejos, barreras lingüísticas y la injusticia medioambiental.En la sesión sobre el centro de la Costa del Golfo, la comunidad pidió hacer sesiones formales en las que pudieran presentar sus preguntas por escrito y recibir respuestas escritas en el mismo lenguaje sencillo. “Lo que hemos oído es que esa no es la forma en la que se hace este proceso”, dijo Arellano. “Lo que hemos oído es un silencio sepulcral”. De los 113 comentarios que el DOE transcribió de las sesiones de escucha, 95 expresaron algún tipo de oposición a los proyectos y hubo por lo menos 49 reclamos exigiendo una mayo transparencia y mejor participación ciudadana. EHN también escuchó reclamos más allá de las sesiones de escucha, particularmente relacionadas con la justicia ambiental y la participación ciudadana respecto a todos los centros menos sobre Heartland, que se expandirá a lo largo de Dakota del Norte y del Sur, así como Minnesota (el centro perdió a sus socios clave Marathon Petroleum y TC Energy, así que no es del todo claro si se realizará).En respuesta a las quejas, el DOE publicó un resumen de los puntos clave que escuchó durante las reuniones y cómo esos comentarios estaban siendo incorporados en el proceso de planeación de los centros de producción. Un vocero de la agencia dijo que este tipo de trabajo con las comunidades es nuevo para el DOE y que los proyectos aún están en las primeras etapas, por lo que la agencia todavía está aprendiendo y trabajando para asegurarse de que las preocupaciones de la gente sean atendidas de forma adecuada. Añadieron que la oficina de demostraciones de energías limpias (OCED) ha llevado a cabo más de 70 reuniones con la gente de la comunidad y grupos organizados, funcionarios locales, personal de primeros auxilios, sindicatos y otros grupos comunitarios, y que ha ofrecido sesiones informativas a más de 4.000 personas en las regiones de los centros de hidrógeno.“Tengo preguntas y preocupaciones”, dijo el senador demócrata por el estado de Dakota del Norte, Tim Mathern. “Hasta ahora, he apoyado al proyecto, pues se presenta como una alternativa de combustible más limpia que los fósiles y mejor para nuestro planeta. Pero se ha dado muy poca información sobre los impactos ambientales y me gustaría saber más”.EHN buscó a otros políticos en los 16 estados en donde se realizarán estos proyectos y recibió cinco respuestas, cuatro de ellas provenientes de las regiones en donde se construirá el centro del Pacífico Noroeste. La mayoría de estas respuestas señalaron la necesidad de contar con más información, tal y como lo han expresado sus votantes.“Ha habido relacionamiento con funcionarios locales y algunos funcionarios estatales”, le dijo el representante repúblicano de Montana, Denley Loge, a EHN. “La mayoría [de personas] no entienden bien pero tampoco buscan información por su parte. A nivel local, cuando se han hecho reuniones, muy poquita gente va, pero los rumores desinformados se expanden fácilmente”.La representante demócrata texana Penny Morales Shaw expresó su apoyo al centro de la Costa del Golfo.“Como representante estatal, recibo mucha información de mis constituyentes todos los días sobre la mala calidad del aire y la forma cómo las condiciones ambientales impactan su salud y calidad de vida”, Morales Shaw le dijo a EHN. “Los centros de hidrógeno pueden ayudarnos a alcanzar las emisiones netas de carbono cero y todos queremos asegurarnos de que se logre de forma eficaz y colaborativa”.Las sesiones de escucha del DOE son solo una de las formas en las que las comunidades han pedido mejoras en el proceso de participación. EHN también hizo seguimiento a las solicitudes escritas en relación con la transparencia fuera de estos espacios. Encontramos que:Un grupo de líderes de distintas organizaciones activistas a nivel nacional, incluyendo al Clean Air Task Force, el Environmental Defense Fund y el Natural Resources Defense Counsel, también le pidieron formalmente al DOE mayor transparencia y participación. 54 organizaciones de los Apalaches y grupos de base firmaron una carta dirigida al DOE en la que pedían suspender el proyecto, citando una falta de transparencia y participación.32 grupos de la región del Atlántico Medio firmaron una carta para el DOE diciendo que la primera reunión sobre el proyecto fue inaccesible para muchos residentes y, una vez más, pidiendo mayor transparencia y participación.15 organizaciones de base enviaron una carta al DOE expresando sus frustraciones sobre el mismo tema en el centro del Medio Oeste.Nueve grupos activistas por la justicia y el ambiente en California hicieron un llamado similar relacionado con los mismos problemas.Una coalición de grupos de Texas, California, Washington, Pensilvania, Nuevo México e Indiana pidieron mejorar la transparencia y participación en un reporte.A falta de una participación significativa en los proyectos, una coalición de grupos activistas también ha publicado recientemente su propia “Guía de beneficios comunitarios en el suroeste de Pensilvania” con la esperanza de que el proyecto del centro de hidrógeno de los Apalaches, y otros similares, la utilicen como referencia.Un vocero del DOE dijo que la agencia ha respondido de forma directa a más de 50 cartas pero la mayoría de esas respuestas no están disponibles para el público. Los activistas que recibieron estas respuestas le dijeron a este medio que no se encuentran satisfechos. La agencia se negó a responder nuestras preguntas sobre si estaba trabajando para responder a los reclamos específicos contenidos en dichas misivas. En una presentación inicial sobre los centros, el DOE discutió las etapas de “autorizado / no autorizado” de los proyectos, que requieren que haya participación ciudadana antes de continuar. Esto le hizo creer a muchas comunidades que los proyectos podrían no hacerse si decidían que los costos eran mayores que los beneficios. Resultó ser una apreciación equivocada. “Las comunidades no tienen el derecho a negarse”, dijo el DOE en julio, en un correo electrónico respondiendo a preguntas que les enviaron organizaciones sobre el centro del Atlántico Medio. “Este no es un requisito del programa H2Hubs”.Algunas personas, incluyendo a Feridun de la Better Path Coalition en Pensilvania, se sintieron engañadas. “Nos han repetido una y otra vez lo de estas decisiones de ‘autorizado / no autorizado’ y de cómo participaremos en cada una de ellas, pero eso simplemente no es lo que está ocurriendo”.Los activistas cuestionan qué tan ético es que el gobierno federal pueda autorizar nuevas fuentes de contaminación en comunidades impactadas por la injusticia ambiental, sin que necesiten el consentimiento de las mismas. También hay una percepción generalizada de que los socios industriales de los centros están prosiguiendo con la planeación de reuniones a puerta cerrada con funcionarios de la agencia federal, sin contar con la participación de los ciudadanos.“El DOE apareció en la primera sesión de escucha como un co-anfitrión de la llamada [ junto a los socios industriales]”, dijo Chris Chyung, el director ejecutivo del grupo de activismo ambiental Indiana Conservation Voters, sobre la experiencia en las reuniones sobre el centro de hidrógeno del Medio Oeste. “Esto crea un dilema ético, pues se supone que el DOE debe ser un mediador que supervisa el uso de este dinero y defiende los intereses de los contribuyentes que lo pagan”. En la costa este, el principal contratista del centro del Atlántico Medio organizó reuniones de networking mensuales para los socios corporativos con un costo de participación de entre $25 y $50 dólares y que no están abiertas al público. También estableció un programa de membresías que cuesta entre $2,500 y $10,000 dólares y que le da a sus miembros acceso gratuito a webinars educativos, inscripciones gratuitas para la “Conferencia Anual de Hidrógeno MACH2” y acceso a eventos exclusivos para miembros y a un sitio web con información adicionales sobre los proyectos. En un correo electrónico dirigido a activistas locales que preguntaron porqué estas oportunidades no estaban disponibles para el público general, un vocero del DOE dijo que las reuniones de networking eran para “negocios, startups y otras partes interesadas en la economía de la energía limpia” y que “no están diseñadas para reemplazar los eventos con la comunidad”. “Nuestra preocupación más grande es que muchos de estos proyectos que se están configurando como fundamentales [para el desarrollo del centro del Atlántico Medio] están avanzando sin nuestro involucramiento” le dijo a este medio Tracy Carluccio, quien es la directora adjunta del Delaware Riverkeeper Network. En noviembre de 2023, la oenegé que lidera Carluccio presentó una solicitud FOIA para acceder a estas aplicaciones y a otros contenidos relacionados con el centro en esa región. Cuando recibieron las respuestas en agosto de 2024, se dieron cuenta de que varios proyectos iban mucho más adelante de lo que pensaban. Del mismo modo, cerca de los centros de California, las comunidades han oído promesas de que la producción de hidrógeno sólo provendrá de energías renovables, según Kayla Karimi, abogada de la organización sin ánimo de lucro Center on Race, Poverty and the Environment, con sede en California. Su organización no ha visto ningún contrato o documento que respalde esas promesas más allá de los anuncios iniciales realizados antes de la financiación. Karimi dijo que para obtener información sobre el centro de California más allá de la que aparece en su sitio web, le pidieron a su organización firmar un acuerdo de confidencialidad (NDA, por sus siglas en inglés). El acuerdo le pareció “muy punitivo” y dijo que quienes lo firmaran podrían enfrentarse a consecuencias legales por hablar negativamente del centro de California. La organización de Karimi no firmó el acuerdo y abogó por que los miembros de la comunidad no lo hicieran. EHN también habló con Steven Lehat, director ejecutivo de la compañía de inversiones bancarias Colton Alexander, la cual firmó NDAs para acceder a tres comités privados de planeación del centro en California. Si bien los NDA permiten acceder a más información, sería ilegal compartirla con los miembros de la comunidad. Barreras como esta plantean dudas sobre qué tan equitativo es el proceso de participación comunitaria, inclusive en aquellos casos en los que se usarán fuentes de energías renovables. “Los comentarios de la comunidad han sido muy limitados hasta ahora porque no sabemos sobre qué estamos comentando”, Karimi le dijo a EHN. “Pero aún así tampoco sabríamos si están siendo incorporados, porque no nos han dicho nada [y] no se han comunicado con nosotros”. Cuando le preguntamos sobre los NDA, una vocera para ARCHES, la organización supervisando el centro de producción de California, le dijo a EHN que los acuerdos no eran obligatorios para poder participar en los grupos de trabajo relacionados con el trabajo comunitario o los beneficios. “ARCHES mantiene su principio de participación de las partes interesadas y de la comunidad y seguirá trabajando para garantizar que todas las partes interesadas puedan formar parte de nuestras reuniones comunitarias”, dijo la portavoz en un correo electrónico. “Sin embargo, los acuerdos de confidencialidad son necesarios para convertirse en miembro de ARCHES, ya que las empresas miembro deben sentirse seguras compartiendo información sensible o de propiedad intelectual”.El centro del Pacífico Noroeste se diferenció del resto al tener información pública disponible. Keith Curl Dove, un organizador de la Washington Conservation Action, le dijo a EHN que su organización pudo acceder a la ubicación proyectada para muchos de los proyectos y al historial de trabajo con comunidades indígenas, y dijo que la Cámara de Comercio de Washington intentó responder a todas las preguntas y preocupaciones que su organización presentó.Los políticos del estado expresaron una perspectiva similar. “Tengo que decir que, desde el principio, creo que ha habido un amplio proceso de participación de las partes interesadas, que es diferente de un proceso de participación de la comunidad, para averiguar qué empresas, qué industrias, etc., iban a estar dispuestas a hacer las inversiones para complementar la inversión federal y del estado de Washington en nuestro centro de hidrógeno del noroeste [del Pacífico]”, dijo a EHN Alex Ramel, representante demócrata del estado de Washington. “Dos de las cinco refinerías del estado están en mi distrito y hay otras dos en el distrito de al lado, al norte”, dijo. “Esto quiere decir que el 90% de la capacidad de refinado del estado está justo al lado, y las refinerías van a ser uno de los principales lugares de implantación del hidrógeno en el Estado de Washington, y creo que son un primer cliente importante... porque ya utilizan hidrógeno sucio, y esta es una oportunidad para sustituirlo por hidrógeno verde”.En documentos de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, el Consejo Asesor sobre Justicia Medioambiental de la Casa Blanca compartió sus preocupaciones sobre los centros de hidrógeno y otras tecnologías de manejo del carbono. “Esta inversión en la “experimentación” de una tecnología que carece de suficiente investigación sobre su seguridad y eficacia crea aún más barreras de desconfianza entre las comunidades afectadas, en particular las que han sido histórica y actualmente son privadas de sus derechos, y los respectivos organismos gubernamentales”, dice el documento.El Consejo añadió que “un planteamiento humano de la gestión del carbono consistiría en dar prioridad a una investigación sólida (no influida por los contaminadores) que incluya un análisis robusto de los posibles riesgos para la salud pública y el medio ambiente”.Estas preocupaciones reflejan las de los individuos en los territorios. “¿De verdad podemos confiar en otro contaminador?” cuestionó Arellano, de Fenceline Watch.Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federalesEste artículo fue traducido por María Paula Rubiano A.Producción y edición de video: Jimmy EvansSobre las autoras: Kristina Marusic cubre temas de salud ambiental y justicia en Pittsburgh y el occidente de Pennsylvania para Environmental Health News. Su nuevo libro, "A New War On Cancer: The Unlikely Heroes Revolutionizing Prevention", revela la existencia de un naciente movimiento a nivel nacional que busca prevenir el cáncer reduciendo la exposición a sustancias químicas cancerígenas en nuestra vida cotidiana. Cami Ferrell es una reportera de vídeo bilingüe para Environmental Health News, radicada en Houston (Texas). Ferrell informa principalmente sobre el desarrollo de la industria petroquímica en la costa del Golfo de Texas.



Esta es la primera parte de una serie de dos entregas. Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federales



En un día lluvioso de septiembre, Veronica Coptis y sus dos hijos se pararon a orillas del río

Monongahela, en un parque cerca a su hogar, observando cómo un par de barcazas cargadas con montones de carbón desaparecían por la ribera.

Haz clic aquí para leer este reportaje en inglés. To read and watch a version of this story in English click here.

“Me preocupa que no están teniendo en cuenta la cantidad de tráfico industrial que este río ya carga y cuánto más va a agregar el centro de hidrógeno”, le dijo Coptis a EHN.

Coptis vive con su esposo y sus hijos en Carmichaels, en Pensilvania, un pueblo otrora dedicado al carbón cercano a la frontera con Virginia Occidental, con unos 434 habitantes. La autoridad hídrica local usa al río Monongahela como fuente de agua. Contaminantes asociados a la actividad industrial y potencialmente cancerígenos, como el bromodiclorometano, cloroformo y dibromoclorometano, se han detectado en el agua potable de la comunidad.

Coptis creció rodeada de mineros del carbón, pero se convirtió en una activista contra este mineral y el fracking después de ser testigo de los daños ambientales causados por la industria de combustibles fósiles.

Ahora, ve una nueva batalla en el horizonte: el Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches, una extensa red de infraestructura que usará principalmente gas natural para crear hidrógeno, que luego será usado como combustible. Se espera que parte del nuevo centro de hidrógeno sea construido en La Belle, que está a unos 30 minutos en auto hacia el norte del río Monongahela desde su casa.

“Me preocupa mucho qué tan grande va a ser este complejo industrial y cómo serán sus emisiones, y si va a aumentar el tráfico en el río y las carreteras”, dijo Coptis, quien trabaja como consejera senior en la oenegé climática Taproot Earth. “También me preocupa que, debido a que esto va a ser hidrógeno azul, aumente la demanda de fracking, y yo ya vivo rodeada de pozos de fracking”.


Pennsylvania activist Veronica Coptis with her two children near a river


carmichaels, pennsylvania, hydrogen hub

El Centro Regional de Hidrógeno de los Apalaches es una de las siete redes de este tipo de infraestructuras propuestas hace un año y financiadas con fondos federales. Son una iniciativa que nació de la Ley Bipartidista de Infraestructura que la administración de Biden logró pasar en 2021. El hidrógeno creado en los centros, que provendrá tanto de fuentes renovables como de combustibles fósiles, será usado por industrias que son difíciles de electrificar, como la siderurgia, la construcción y la producción de petroquímicos.

Los centros apoyan el objetivo de la administración de Biden de alcanzar cero emisiones netas de carbono en todo el país para 2050 y lograr una red eléctrica 100% “limpia” para 2035. Los siete centros de hidrógeno, que están en diversas etapas de desarrollo pero en su mayoría están en la planeación y la selección de sitios, fueron considerados como proyectos de energías limpias bajo la administración de Biden, incluyendo aquellos que usarán combustibles fósiles para la producción.


map of proposed US hydrogen hubs

En marzo y mayo, Coptis asistió a unas sesiones de escucha organizadas por los socios industriales del proyecto y por el Departamento de Energía de los Estados Unidos (DOE, por sus siglas en inglés), que es la entidad encargada del desarrollo de los centros y de repartir los $7 mil millones en fondos federales para ellos. Esperaba que las sesiones le dieran respuestas, como por ejemplo exactamente donde se ubicaran las instalaciones y qué pasaría en ellas. Sin embargo, salió con aún más preguntas.

Las aplicaciones iniciales que los socios industriales presentaron ante el DOE, que incluyeron cronogramas, costos estimados, detalles de las posibles ubicaciones y estimaciones de los impactos en el medio ambiente y la salud, fueron mantenidas en secreto por la agencia a pesar de las frecuentes peticiones de los miembros de la comunidad para que se compartieran esos detalles.

“El Departamento de Energía y las compañías involucradas no han sido transparentes”, dijo Coptis. “No es posible que las comunidades demos aportes significativos sobre los proyectos cuando literalmente no sabemos nada sobre ellos”.

En 2023, la administración de Biden logró aprobar una serie de políticas federales históricas que le ordenaron a 80 agencias nacionales priorizar la justicia medioambiental en todas sus decisiones. El DOE prometió ser un ejemplo a través de los centros de hidrógeno, pero, hasta ahora, esto no ha sucedido, de acuerdo con más de 30 miembros de las comunidades potencialmente afectadas y activistas con los cuales EHN habló. Afirman que los detalles siguen siendo confusos, que las consultas públicas sólo se planifican después de que los socios de la industria ya han recibido millones de dólares en fondos públicos y que las comunidades no intervienen en la toma de decisiones.

“Las promesas que el DOE ha hecho no han sido cumplidas, de acuerdo con la definición de justicia ambiental de la misma entidad”, dijo a EHN Batoul Al-Sadi, un asociado senior en Natural Resources Defense Council (NRDC), un grupo ambientalista nacional que ha estado presionando para que haya una mayor transparencia en los centros de hidrógeno.

Nuestra investigación también encontró que:

  • En las sesiones iniciales de escucha sobre los centros, 95 de los 113 comentarios públicos que fueron presentados expresaron oposición a los proyectos.
  • 49 de los 113 comentarios expresaron preocupación sobre la falta de transparencia y participación significativa de las comunidades.
  • Más de 100 grupos ambientalistas regionales y nacionales le han enviado cartas al DOE pidiéndole mayor transparencia y mejoras en sus procesos de diálogo con las comunidades.
  • Las comunidades no tienen el derecho de rehusarse a la llegada de los centros de hidrógeno si se prueba que los daños serán mayores que los beneficios.
  • El DOE no se está adhiriendo a sus propios planes de participación comunitaria, de acuerdo con expertos y activistas.

“Hoy, las regulaciones [federales de justicia ambiental] están mejor que nunca”, dijo a EHN Stephen Schima, un experto en regulaciones ambientales y consejero legislativo senior en Earthjustice. “Las agencias tienen la oportunidad de hacer esto de forma correcta… solo es una cuestión de implementación, que ha probado ser un gran reto hasta ahora”.


Ante nuestras preguntas sobre la transparencia y la participación comunitaria en estos procesos, el DOE respondió a EHN que la agencia “está enfocada en conseguir que estos proyectos sean seleccionados para negociar su adjudicación oficialmente ... Una vez adjudicados, el DOE dará a conocer más detalles sobre los mismos”.

Los residentes de las siete comunidades de los centros de hidrógeno temen que, una vez se hayan distribuido millones de dólares en financiación federal para estos proyectos, sus aportes serán irrelevantes.

En julio, los centros de los Apalaches y de California ya habían recibido cada uno $30 millones de dólares y el centro del Pacífico Noroeste ya había recibido $27,5 millones en fondos federales. La financiación para el resto de centros sigue en trámite. En total, se prevé que los siete centros planeados recibirán unos $7 mil millones de dólares en fondos públicos federales.

Jalonne White-Newsome, la jefa de justicia ambiental del Consejo de la Casa Blanca para la Calidad Ambiental, dijo que es consciente de que las comunidades están frustradas por los centros de hidrógeno.

“Paso mucho tiempo trabajando con nuestros colegas del Departamento de Energía [y otras agencias federales] asegurándonos de que estamos apoyando la llegada segura de estas tecnologías”, White-Newsome le dijo a EHN. “Sigo escuchando de muchas formas distintas las preocupaciones de las comunidades: que no hay transparencia, que no hay suficiente información, que hay miedo a la tecnología”.

“Entiendo todas esas preocupaciones”, dijo White-Newsome, quien añadió que el Consejo Asesor de Justicia Medioambiental de la Casa Blanca creó un grupo de trabajo de líderes de justicia medioambiental de todo el país para abordar las tecnologías de captura de carbono y el hidrógeno, y está trabajando con un equipo interno, incluidos los socios de la agencia federal en el DOE, “sobre cómo abordar todas las cuestiones que ha planteado este organismo”.

Los activistas temen que estas medidas sean insuficientes.

“Incluso si éste fuera el mejor proyecto de energía verde, no contaminante y más renovable que llegara a los Apalaches, este proceso no se está ajustando a los principios de justicia ambiental”, señaló Coptis.

Justicia ambiental y preocupaciones por la contaminación 


Two people holding signs against the Mid Atlantic hydrogen hub

Los centros de hidrógeno fueron presentados como una bendición para las comunidades afectadas por la injusticia medioambiental que les traería empleos y desarrollo económico, una reducción en la contaminación aérea producto de un menor uso de combustibles fósiles y la promesa de convertirse en protagonistas de la transición energética en Estados Unidos.

Pero más de 140 organizaciones por la justicia ambiental han firmado cartas públicas resaltando las formas en las que la energía del hidrógeno podría prolongar el uso de combustibles fósiles, crear riesgos y empeorar la contaminación del aire local, de acuerdo con un reporte publicado por la EFI Foundation.

Los centros del Atlántico Medio y del Medio Oeste prevén utilizar energías renovables y energía nuclear además de combustibles fósiles, mientras que los centros de California, el Noroeste del Pacífico y Heartland prevén utilizar combinaciones de energías renovables, biomasa y energía nuclear. Los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo prevén utilizar principalmente combustibles fósiles.

Los centros de hidrógeno serán una densa red de infraestructuras que se extenderán a lo largo de vastas regiones geográficas. Muchos de sus componentes están siendo planeados para aterrizar en comunidades que han sido desproporcionadamente afectadas por la contaminación (principalmente producto de la extracción de combustibles fósiles), para aprovechar la infraestructura ya existente.

Por ejemplo, la región del Canal de Houston, el Inland Empire en California y el noroeste de Indiana incluyen comunidades afectadas por la injusticia ambiental y todas están esperando la llegada tentativa de infraestructuras de los centros de hidrógeno. Las tres regiones figuran entre los peores lugares del país en cuanto a contaminación atmosférica.

El DOE ha dicho que los proyectos solo serán premiados si demuestran que tienen planes para minimizar los impactos negativos y para proveer beneficios para estas comunidades, pero hasta ahora las poblaciones que están esperando la llegada de los centros de hidrógeno dicen que no han visto ningún tipo de información sobre cómo los socios de los proyectos planean hacer esto (alguna información ha sido compartido en el plan de beneficios comunitarios en el de California).

La gente está preocupada de que los centros añadan nuevas fuentes de contaminación industrial a las comunidades ya contaminadas, mientras que los datos sobre los impactos acumulativos de las redes existentes y ampliadas de infraestructuras energéticas siguen siendo escasos.

Las preocupaciones sobre los riesgos de salud son especialmente pronunciados alrededor de los centros de los Apalaches y la Costa del Golfo debido a su gran dependencia de los combustibles fósiles. EHN escuchó voces preocupadas por las nuevas emisiones procedentes del tráfico de camiones y barcazas, el posible uso del dominio eminente para confiscar propiedades privadas para construir oleoductos, el riesgo de que los oleoductos exploten o tengan fugas y el aumento de las emisiones de óxido de nitrógeno procedentes de la combustión final del combustible de hidrógeno, que contribuiría a aumentar los niveles de contaminación por partículas y ozono. La exposición a este tipo de contaminantes se ha relacionado con múltiples efectos negativos, incluyendo un aumento en el riesgo de cáncer, enfermedades respiratorias y del corazón, nacimientos prematuros y bajos pesos al nacer.

También hay preocupaciones por la dependencia de estos centros de las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, las cuales son necesarias para transformar combustibles fósiles en hidrógeno, pero no serán necesarias en aquellos centros que no usen combustibles fósiles para su producción.


Two men holding signs protesting the BP CO2 pipeline


signs protesting the BP CO2 pipeline


buttons protesting the BP CO2 pipeline


La tecnología de captura del carbono es controversial, pues muchos expertos y activistas la consideran una forma de prolongar el uso de combustibles fósiles y han expresado que esta tecnología podría empeorar el cambio climático debido al enorme consumo energético que requiere su implementación. Adicionalmente, debido a que el CO2 capturado contiene sustancias tóxicas, como compuestos orgánicos volátiles y mercurio, la técnica puede plantear riesgos para las aguas subterráneas, el suelo y el aire a través de fugas.

El mes pasado, las autoridades informaron de que la primera planta comercial de secuestro de carbono del país, en Illinois, había tenido dos fugas este año bajo el lago Decatur, una fuente de agua potable para el poblado de Decatur. La empresa propietaria de la planta, ADM, no informó a las autoridades de las fugas durante meses.

“Se trata de comunidades muy arraigadas a procesos extractivos como la minería del carbón y el gas natural, por lo que la llegada de constructores que les proponen algo no es nada nuevo para ellos. Pero cuando se enteran de que los constructores no están interesados en extraer, sino en depositar, en inyectar, se les abren los ojos”, dijo a EHN Ethan Story, director de defensa y abogado del Center for Coalfield Justice, un grupo de defensa de la salud comunitaria del oeste de Pensilvania.

Asociados con el sector de los combustibles fósiles


Cada centro de hidrógeno cuenta con una empresa, una organización sin ánimo de lucro o una asociación público-privada que supervisa el proyecto. Esta organización está a cargo de crear la propuesta, seleccionar los proyectos, facilitar la participación, recibir y distribuir los fondos federales y actuar como un puente entre el DOE y los socios industriales. Además de la inversión de $7 mil millones de dólares, la financiación para los centros de hidrógeno incluirá inversiones privadas significativas, incentivadas por la Ley de Reducción de la Inflación.

Algunos de los principales contratistas existían antes de que se lanzaran los centros, como Battelle, que está a cargo del centro en los Apalaches, o como el Energy & Environmental Research Center, encargado del centro Heartland. Otros se formaron específicamente para supervisar los proyectos de hidrógeno, como la Alliance for Renewable Clean Hydrogen Energy Systems (ARCHES), que está a cargo del centro en California y HyVelocity, Inc, del centro de la Costa del Golfo.

Además de estos contratistas, los centros tienen socios individuales para los proyectos que incluyen a compañías de combustibles fósiles. En el centro de la Costa del Golfo, Chevron, ExxonMobil y Shell son solo algunas de las compañías de combustibles fósiles incluidas en la lista de socios proyectados. Los socios del proyecto en los Apalaches incluyen a CNX Resources, Enbridge, Empire Diversified Energy y EQT Corporation; y el centro de California lista a Chevron como uno de sus socios.

Esto está sembrando la desconfianza en algunas comunidades.


Community members who are engaged with the MACH 2 Exchange Coalition protesting outside of SEPTA


u200bCommunity member with a STOP MACH2 button outside of the SEPTA (public transit agency) Headquarters in Philadelphia, PA

Por ejemplo, en un documento del DOE publicado en agosto, la agencia informó que EQT Corporation, el segundo mayor productor de gas natural del país, organizaría sesiones de escucha comunitaria y trabajaría para establecer un comité asesor comunitario para sus proyectos en el centro de hidrógeno de los Apalaches. EQT ha acumulado infracciones medioambientales en sus pozos de fracking que culminaron en el desalojo de varias familias de Virginia Occidental. La empresa también ha promovido la desinformación sobre el papel de la industria del gas natural en el empeoramiento del cambio climático.

“Elegir a EQT para hacerse cargo de esta parte del proceso muestra la falta de involucramiento real con la comunidad, la falta de confianza, la falta de transparencia que ha rodeado el proceso de beneficios colectivos [del centro de hidrógeno de los Apalaches]”, dijo a EHN Matt Mehalik, director ejecutivo del Breathe Project, una coalición de oenegés en el occidente de Pensilvania. “La elección de este administrador ilustra la falta de interés por establecer algún tipo de confianza con las comunidades afectadas”, añadió.

Karen Feridun, co-fundadora del grupo activista por el clima de Pensilvania Better Path Coalition, dijo que “si EQT crea un CAC [comité asesor comunitario] será para averiguar qué color de las gorras del ARCH2 [centro de hidrógeno de los Apalaches] prefiere la gente”.

EQT Corporation y Battelle no respondieron a múltiples solicitudes de entrevista, ni a las preguntas específicas que les enviamos sobre el proceso de participación y la supuesta falta de transparencia.

El DOE también tercerizó la gestión de la participación ciudadana en la Costa del Golfo a una organización local – el Houston Advanced Research Center, o HARC, por sus siglas en inglés. La organización fue fundada en 1982 por George Mitchell, también conocido como “el padre del fracking”, a quien se le atribuyó el auge del petróleo proveniente de esquisto en Texas. En 2001, HARC actualizó su misión en su página web, e incluyó una referencia a la mitigación del riesgo climático y el fomento de las energías limpias. En 2023, la organización incluyó la energía del hidrógeno en su planificación estratégica y en su visión empresarial.

Margaret Cook, quien dirige la oficina de equidad climática de HARC y es una representante de sus esfuerzos de participación comunitaria, le dijo a EHN que la organización había contactado a algunos grupos activistas locales para discutir su rol en el proceso de involucramiento ciudadano del centro. Cook dijo que planean incluir una junta asesora conformada por la comunidad que interactuará con las compañías involucradas, y que esta junta aconsejará en cómo deben gastarse los dólares del DOE a nivel regional y comunitario. Adicionalmente, el grupo estará a cargo de organizar los beneficios comunitarios.

“Necesitamos entender sus preocupaciones para poder atenderlas”, dijo Cook. “Y necesitamos entender qué perciben ellos como beneficios que realmente les vaya a ayudar, para que así el proyecto pueda dárselo”.

Shiv Srivastava, investigadora de política pública para Fenceline Watch, una organización de justicia ambiental de Houston, le dijo a EHN: “Pienso que estamos ante un problema de raíz…tienes organizaciones que son elegidas para ser básicamente el conector con la comunidad, el representante del centro ante la gente. Esto es algo que el Departamento de Energía debería hacer directamente”.

Una falta de transparencia y de participación significativa


Algunos describen al East End de Houston como un tablero de ajedrez, donde los límites de sus casas, escuelas y zonas verdes están flanqueados por plantas industriales, aparcamientos, muelles de entrada, chimeneas y refinerías.

La comunidad del East End está en el percentil 99 de exposición a tóxicos en el aire (es decir, que están más expuestos que el 99% de la población en Estados Unidos) y es el hogar de una de las fuentes más grandes de contaminación química del estado de Texas. Los residentes de estos barrios, como Srivastava e Yvette Arellano, directorx ejecutivx de Fenceline Watch, temen que esta enorme presencia industrial sólo aumentará con la introducción del hidrógeno.

“En lo que respecta a la captura de carbono, al secuestro y la captura directa en el aire, son casi principios básicos de [la producción de] hidrógeno”, afirma Srivastava. “Vemos que el hidrógeno se postula rápidamente como la nueva materia prima para la producción petroquímica, y que desplazará a los combustibles fósiles, lo que, para nuestra comunidad, no funciona, porque igual siguen produciendo estos tóxicos contaminantes”.

Arellano le dijo a EHN que Fenceline Watch educa al público sobre proyectos industriales, pero que esta labor ha sido complicada respecto al centro de hidrógeno pues “no hay un proceso de participación ciudadana formal en los siete centro de producción”.

La oficina de demostraciones de energías limpias (OCED, por sus siglas en inglés) del DOE auspició nueve sesiones de escucha iniciales para los centros y resumió los comentarios recibidos durante esas reuniones en su página web. El DOE no dejó las grabaciones disponibles para el público general, pero un análisis de EHN de las transcripciones muestran que la mayoría de comentarios expresaron preocupación sobre temas como la seguridad de los empleados, la localización de los oleoductos, la eficacia de la captura de carbono, el impacto de las emisiones, quién regulará estos proyectos, los permisos, la ubicación de los complejos, barreras lingüísticas y la injusticia medioambiental.

En la sesión sobre el centro de la Costa del Golfo, la comunidad pidió hacer sesiones formales en las que pudieran presentar sus preguntas por escrito y recibir respuestas escritas en el mismo lenguaje sencillo. “Lo que hemos oído es que esa no es la forma en la que se hace este proceso”, dijo Arellano. “Lo que hemos oído es un silencio sepulcral”.

De los 113 comentarios que el DOE transcribió de las sesiones de escucha, 95 expresaron algún tipo de oposición a los proyectos y hubo por lo menos 49 reclamos exigiendo una mayo transparencia y mejor participación ciudadana.


Resident speaks at an event about the Midwest hydrogen hub organized by Just Transition NWI.


Woman looking at materials at an event about the Midwest hydrogen hub organized by Just Transition NWI in August 2024.


EHN también escuchó reclamos más allá de las sesiones de escucha, particularmente relacionadas con la justicia ambiental y la participación ciudadana respecto a todos los centros menos sobre Heartland, que se expandirá a lo largo de Dakota del Norte y del Sur, así como Minnesota (el centro perdió a sus socios clave Marathon Petroleum y TC Energy, así que no es del todo claro si se realizará).

En respuesta a las quejas, el DOE publicó un resumen de los puntos clave que escuchó durante las reuniones y cómo esos comentarios estaban siendo incorporados en el proceso de planeación de los centros de producción. Un vocero de la agencia dijo que este tipo de trabajo con las comunidades es nuevo para el DOE y que los proyectos aún están en las primeras etapas, por lo que la agencia todavía está aprendiendo y trabajando para asegurarse de que las preocupaciones de la gente sean atendidas de forma adecuada.

Añadieron que la oficina de demostraciones de energías limpias (OCED) ha llevado a cabo más de 70 reuniones con la gente de la comunidad y grupos organizados, funcionarios locales, personal de primeros auxilios, sindicatos y otros grupos comunitarios, y que ha ofrecido sesiones informativas a más de 4.000 personas en las regiones de los centros de hidrógeno.

“Tengo preguntas y preocupaciones”, dijo el senador demócrata por el estado de Dakota del Norte, Tim Mathern. “Hasta ahora, he apoyado al proyecto, pues se presenta como una alternativa de combustible más limpia que los fósiles y mejor para nuestro planeta. Pero se ha dado muy poca información sobre los impactos ambientales y me gustaría saber más”.

EHN buscó a otros políticos en los 16 estados en donde se realizarán estos proyectos y recibió cinco respuestas, cuatro de ellas provenientes de las regiones en donde se construirá el centro del Pacífico Noroeste. La mayoría de estas respuestas señalaron la necesidad de contar con más información, tal y como lo han expresado sus votantes.

“Ha habido relacionamiento con funcionarios locales y algunos funcionarios estatales”, le dijo el representante repúblicano de Montana, Denley Loge, a EHN. “La mayoría [de personas] no entienden bien pero tampoco buscan información por su parte. A nivel local, cuando se han hecho reuniones, muy poquita gente va, pero los rumores desinformados se expanden fácilmente”.

La representante demócrata texana Penny Morales Shaw expresó su apoyo al centro de la Costa del Golfo.

“Como representante estatal, recibo mucha información de mis constituyentes todos los días sobre la mala calidad del aire y la forma cómo las condiciones ambientales impactan su salud y calidad de vida”, Morales Shaw le dijo a EHN. “Los centros de hidrógeno pueden ayudarnos a alcanzar las emisiones netas de carbono cero y todos queremos asegurarnos de que se logre de forma eficaz y colaborativa”.

Las sesiones de escucha del DOE son solo una de las formas en las que las comunidades han pedido mejoras en el proceso de participación. EHN también hizo seguimiento a las solicitudes escritas en relación con la transparencia fuera de estos espacios. Encontramos que:

  • Un grupo de líderes de distintas organizaciones activistas a nivel nacional, incluyendo al Clean Air Task Force, el Environmental Defense Fund y el Natural Resources Defense Counsel, también le pidieron formalmente al DOE mayor transparencia y participación.
  • 54 organizaciones de los Apalaches y grupos de base firmaron una carta dirigida al DOE en la que pedían suspender el proyecto, citando una falta de transparencia y participación.
  • 32 grupos de la región del Atlántico Medio firmaron una carta para el DOE diciendo que la primera reunión sobre el proyecto fue inaccesible para muchos residentes y, una vez más, pidiendo mayor transparencia y participación.
  • 15 organizaciones de base enviaron una carta al DOE expresando sus frustraciones sobre el mismo tema en el centro del Medio Oeste.
  • Nueve grupos activistas por la justicia y el ambiente en California hicieron un llamado similar relacionado con los mismos problemas.
  • Una coalición de grupos de Texas, California, Washington, Pensilvania, Nuevo México e Indiana pidieron mejorar la transparencia y participación en un reporte.
  • A falta de una participación significativa en los proyectos, una coalición de grupos activistas también ha publicado recientemente su propia “Guía de beneficios comunitarios en el suroeste de Pensilvania” con la esperanza de que el proyecto del centro de hidrógeno de los Apalaches, y otros similares, la utilicen como referencia.

Un vocero del DOE dijo que la agencia ha respondido de forma directa a más de 50 cartas pero la mayoría de esas respuestas no están disponibles para el público. Los activistas que recibieron estas respuestas le dijeron a este medio que no se encuentran satisfechos. La agencia se negó a responder nuestras preguntas sobre si estaba trabajando para responder a los reclamos específicos contenidos en dichas misivas.

En una presentación inicial sobre los centros, el DOE discutió las etapas de “autorizado / no autorizado” de los proyectos, que requieren que haya participación ciudadana antes de continuar. Esto le hizo creer a muchas comunidades que los proyectos podrían no hacerse si decidían que los costos eran mayores que los beneficios. Resultó ser una apreciación equivocada.

“Las comunidades no tienen el derecho a negarse”, dijo el DOE en julio, en un correo electrónico respondiendo a preguntas que les enviaron organizaciones sobre el centro del Atlántico Medio. “Este no es un requisito del programa H2Hubs”.

Algunas personas, incluyendo a Feridun de la Better Path Coalition en Pensilvania, se sintieron engañadas. “Nos han repetido una y otra vez lo de estas decisiones de ‘autorizado / no autorizado’ y de cómo participaremos en cada una de ellas, pero eso simplemente no es lo que está ocurriendo”.

Los activistas cuestionan qué tan ético es que el gobierno federal pueda autorizar nuevas fuentes de contaminación en comunidades impactadas por la injusticia ambiental, sin que necesiten el consentimiento de las mismas.

También hay una percepción generalizada de que los socios industriales de los centros están prosiguiendo con la planeación de reuniones a puerta cerrada con funcionarios de la agencia federal, sin contar con la participación de los ciudadanos.

“El DOE apareció en la primera sesión de escucha como un co-anfitrión de la llamada [ junto a los socios industriales]”, dijo Chris Chyung, el director ejecutivo del grupo de activismo ambiental Indiana Conservation Voters, sobre la experiencia en las reuniones sobre el centro de hidrógeno del Medio Oeste. “Esto crea un dilema ético, pues se supone que el DOE debe ser un mediador que supervisa el uso de este dinero y defiende los intereses de los contribuyentes que lo pagan”.

En la costa este, el principal contratista del centro del Atlántico Medio organizó reuniones de networking mensuales para los socios corporativos con un costo de participación de entre $25 y $50 dólares y que no están abiertas al público. También estableció un programa de membresías que cuesta entre $2,500 y $10,000 dólares y que le da a sus miembros acceso gratuito a webinars educativos, inscripciones gratuitas para la “Conferencia Anual de Hidrógeno MACH2” y acceso a eventos exclusivos para miembros y a un sitio web con información adicionales sobre los proyectos.

En un correo electrónico dirigido a activistas locales que preguntaron porqué estas oportunidades no estaban disponibles para el público general, un vocero del DOE dijo que las reuniones de networking eran para “negocios, startups y otras partes interesadas en la economía de la energía limpia” y que “no están diseñadas para reemplazar los eventos con la comunidad”.

“Nuestra preocupación más grande es que muchos de estos proyectos que se están configurando como fundamentales [para el desarrollo del centro del Atlántico Medio] están avanzando sin nuestro involucramiento” le dijo a este medio Tracy Carluccio, quien es la directora adjunta del Delaware Riverkeeper Network. En noviembre de 2023, la oenegé que lidera Carluccio presentó una solicitud FOIA para acceder a estas aplicaciones y a otros contenidos relacionados con el centro en esa región. Cuando recibieron las respuestas en agosto de 2024, se dieron cuenta de que varios proyectos iban mucho más adelante de lo que pensaban.

Del mismo modo, cerca de los centros de California, las comunidades han oído promesas de que la producción de hidrógeno sólo provendrá de energías renovables, según Kayla Karimi, abogada de la organización sin ánimo de lucro Center on Race, Poverty and the Environment, con sede en California. Su organización no ha visto ningún contrato o documento que respalde esas promesas más allá de los anuncios iniciales realizados antes de la financiación.

Karimi dijo que para obtener información sobre el centro de California más allá de la que aparece en su sitio web, le pidieron a su organización firmar un acuerdo de confidencialidad (NDA, por sus siglas en inglés). El acuerdo le pareció “muy punitivo” y dijo que quienes lo firmaran podrían enfrentarse a consecuencias legales por hablar negativamente del centro de California. La organización de Karimi no firmó el acuerdo y abogó por que los miembros de la comunidad no lo hicieran.


People holding sign that says NO MACH2

EHN también habló con Steven Lehat, director ejecutivo de la compañía de inversiones bancarias Colton Alexander, la cual firmó NDAs para acceder a tres comités privados de planeación del centro en California. Si bien los NDA permiten acceder a más información, sería ilegal compartirla con los miembros de la comunidad. Barreras como esta plantean dudas sobre qué tan equitativo es el proceso de participación comunitaria, inclusive en aquellos casos en los que se usarán fuentes de energías renovables.

“Los comentarios de la comunidad han sido muy limitados hasta ahora porque no sabemos sobre qué estamos comentando”, Karimi le dijo a EHN. “Pero aún así tampoco sabríamos si están siendo incorporados, porque no nos han dicho nada [y] no se han comunicado con nosotros”.

Cuando le preguntamos sobre los NDA, una vocera para ARCHES, la organización supervisando el centro de producción de California, le dijo a EHN que los acuerdos no eran obligatorios para poder participar en los grupos de trabajo relacionados con el trabajo comunitario o los beneficios.

“ARCHES mantiene su principio de participación de las partes interesadas y de la comunidad y seguirá trabajando para garantizar que todas las partes interesadas puedan formar parte de nuestras reuniones comunitarias”, dijo la portavoz en un correo electrónico. “Sin embargo, los acuerdos de confidencialidad son necesarios para convertirse en miembro de ARCHES, ya que las empresas miembro deben sentirse seguras compartiendo información sensible o de propiedad intelectual”.

El centro del Pacífico Noroeste se diferenció del resto al tener información pública disponible. Keith Curl Dove, un organizador de la Washington Conservation Action, le dijo a EHN que su organización pudo acceder a la ubicación proyectada para muchos de los proyectos y al historial de trabajo con comunidades indígenas, y dijo que la Cámara de Comercio de Washington intentó responder a todas las preguntas y preocupaciones que su organización presentó.

Los políticos del estado expresaron una perspectiva similar.

“Tengo que decir que, desde el principio, creo que ha habido un amplio proceso de participación de las partes interesadas, que es diferente de un proceso de participación de la comunidad, para averiguar qué empresas, qué industrias, etc., iban a estar dispuestas a hacer las inversiones para complementar la inversión federal y del estado de Washington en nuestro centro de hidrógeno del noroeste [del Pacífico]”, dijo a EHN Alex Ramel, representante demócrata del estado de Washington.

“Dos de las cinco refinerías del estado están en mi distrito y hay otras dos en el distrito de al lado, al norte”, dijo. “Esto quiere decir que el 90% de la capacidad de refinado del estado está justo al lado, y las refinerías van a ser uno de los principales lugares de implantación del hidrógeno en el Estado de Washington, y creo que son un primer cliente importante... porque ya utilizan hidrógeno sucio, y esta es una oportunidad para sustituirlo por hidrógeno verde”.

En documentos de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, el Consejo Asesor sobre Justicia Medioambiental de la Casa Blanca compartió sus preocupaciones sobre los centros de hidrógeno y otras tecnologías de manejo del carbono. “Esta inversión en la “experimentación” de una tecnología que carece de suficiente investigación sobre su seguridad y eficacia crea aún más barreras de desconfianza entre las comunidades afectadas, en particular las que han sido histórica y actualmente son privadas de sus derechos, y los respectivos organismos gubernamentales”, dice el documento.

El Consejo añadió que “un planteamiento humano de la gestión del carbono consistiría en dar prioridad a una investigación sólida (no influida por los contaminadores) que incluya un análisis robusto de los posibles riesgos para la salud pública y el medio ambiente”.

Estas preocupaciones reflejan las de los individuos en los territorios.

“¿De verdad podemos confiar en otro contaminador?” cuestionó Arellano, de Fenceline Watch.

Lea la segunda parte, Los obstáculos para garantizar la justicia ambiental en los centros de hidrógeno federales

Este artículo fue traducido por María Paula Rubiano A.

Producción y edición de video: Jimmy Evans


Sobre las autoras:

Kristina Marusic cubre temas de salud ambiental y justicia en Pittsburgh y el occidente de Pennsylvania para Environmental Health News. Su nuevo libro, "A New War On Cancer: The Unlikely Heroes Revolutionizing Prevention", revela la existencia de un naciente movimiento a nivel nacional que busca prevenir el cáncer reduciendo la exposición a sustancias químicas cancerígenas en nuestra vida cotidiana.

Cami Ferrell es una reportera de vídeo bilingüe para Environmental Health News, radicada en Houston (Texas). Ferrell informa principalmente sobre el desarrollo de la industria petroquímica en la costa del Golfo de Texas.


Read the full story here.
Photos courtesy of

A Warning for the Modern Striver

A new biography of Peter Matthiessen chronicles his many paradoxical attempts to escape who the world expected him to be.

Restlessness is deeply rooted in American mythology. We are a country of pilgrims, engaged in a lifelong search for what Ralph Waldo Emerson called an “original relation to the universe”—a unique understanding of the world that doesn’t rely on the traditions or teachings of past generations. Those who internalize this expectation will walk, trek, and seek—anything to shed an inherited skin and find an undiscovered self they can inhabit. If only skin, inherited or not, were so easy to shed. As Emerson wrote, “My giant goes with me wherever I go.”Few have embodied this supposedly American quality with more complexity than the writer Peter Matthiessen. And few have captured it with more clarity than Lance Richardson in his new biography of Matthiessen, True Nature. Richardson portrays the peripatetic life of Matthiessen—a celebrated author, magazine editor, and undercover agent who died in 2014—not as an eclectic series of adventures but as a single, 86-year spiritual quest. As he writes, Matthiessen’s “inner journey determined the choices he made throughout his long life; it is the string on which the various beads of his career were strung.” Matthiessen fled his monied upbringing in a flawed yet fascinating attempt to escape the person the world expected him to be.The central project of Matthiessen’s existence was a relentless, often painful attempt to locate what, quoting Zen Buddhists, he called a “true nature”—an authentic core beneath the layers of identity that he had received or constructed. His life story provides a warning for today’s perpetually dissatisfied strivers: mainly members of the tech or business elite who have made a name for themselves, only to still feel empty and insecure. Many use their considerable resources to set out for other territories in search of something they’re unlikely to find.[Read: You don’t know yourself as well as you think you do]Like many pilgrimages, Matthiessen’s journey began with a foundational trauma. Born in 1927, he had a storybook childhood on New York’s Fishers Island that was ruptured one summer by an incident on his father’s boat. The young Matthiessen had been learning to swim, so his father took him out to the harbor and threw him overboard to see if the lessons had stuck. As Richardson writes, Matthiessen made the mistake of clinging to his father’s shirt as he was thrown and nearly broke his arm on the side of the boat. He would later call this humiliation “the opening skirmish in an absolutely pointless lifelong war” with his family, and his adulthood was a series of escapes from that original wound. He fled to Paris, the classic expatriate move, but did so under bizarre circumstances—co-founding The Paris Review while serving as an agent for the CIA. Thoreau went to Walden Pond to flee a society he saw as corrupt; Matthiessen, for his part, went to the center of the establishment’s undercover operations to fund and facilitate his own existential escape. Jill Krementz The only writer to ever win National Book Awards for both fiction and nonfiction, Matthiessen was an architect of the postwar intellectual world, a contemporary of giants such as Norman Mailer, James Baldwin, and William Styron. His peers often waged their philosophical battles in the public squares of New York and Washington, but Matthiessen grew wary of the ego and performance required of the literary lion. Instead he traveled to the mountains of Nepal in search of snow leopards, and deep into China and Mongolia to catch a glimpse of the rarest cranes on Earth. But what he was really searching for was far more personal.Matthiessen’s pursuits weren’t solely internal; his work was also a very public counterpoint to the materialism and social conformity that he believed defined the second half of 20th-century America. His seminal book, Wildlife in America, published in 1959, was a meticulously researched history of the natural world and the devastating effects of human activity. Richardson rightly calls it “a landmark in nature writing,” which predated Rachel Carson’s Silent Spring. Matthiessen’s search for a preindustrial Eden also drives The Snow Leopard, his best-known work. On its surface, the book is the account of his two-month trek into Nepal’s Himalayas with the naturalist George Schaller, in 1973. But it is also a record of what Matthiessen called “a true pilgrimage, a journey of the heart” as he grieved the recent death of his wife. The hunt for the elusive, almost mythical snow leopard becomes a metaphor for the search for spiritual enlightenment, a release from the travails and humiliations of everyday human life.I first read The Snow Leopard when I was 20. It filled me with the misguided but tantalizing belief that a life of meaning was to be found elsewhere. It inspired my own pilgrimage to the Alps, retracing the trails that Friedrich Nietzsche hiked while writing his greatest work, Thus Spoke Zarathustra; I sought the kind of authenticity that seemed impossible to find in a comfortable American suburb. The journey was enabled by a scholarship to a good school—a form of privilege that was almost entirely lost on me. Matthiessen’s profound and lonely meditations at 17,000 feet were, similarly, made possible by National Geographic funding, a name that opened doors, the very worldly security he was trying to transcend.Perhaps he understood, on some level, the irony. Richardson writes that in the Amazon, many years before his subject traveled to Nepal, Matthiessen had encountered a genuine wanderer, a French Canadian drifter named Johnny Gauvin, and felt a sudden, uncomfortable self-awareness. Displacement and its attendant poverty were Gauvin’s way of life. Matthiessen realized that he was no authentic man of the wilderness, but an affluent visitor. “It’s a disturbing quality, and one that induces a certain self-consciousness about one’s eyeglasses, say, or the gleam of one’s new khaki pants,” he wrote in The New Yorker in 1961. Pilgrimages sometimes cause collateral damage too. In later life, he admitted that it may have been a mistake to leave his 8-year-old son so soon after the death of his wife to embark on the Himalayan expedition.Matthiessen’s example provides a powerful archetype for the modern day. The tech billionaire who flies to space seeking the “overview effect” is in search of something beyond the ken of the material world, which he has already conquered. The annual ritual of Burning Man sees wealthy people enact a temporary shedding of their consumerist skin, even if getting there requires enlarging one’s carbon footprint. The Silicon Valley executive who flies to Peru for an ayahuasca retreat is on a journey Matthiessen would have recognized intimately. Long before embarking on his formal Zen training, Matthiessen was an early psychonaut, experimenting with LSD in the 1960s. In search of mind-altering effects, he sought a chemical shortcut to the dissolution of the ego, a forced glimpse of the “true nature” that his privilege and ambition otherwise obscured. Matthiessen’s path from psychedelics to the rigorous discipline of Zen meditation shows what a genuine spiritual journey looks like: It is extremely difficult, deeply private, and never-ending. There is no shortcut. Jill Krementz [Read: A reality check for tech oligarchs]Did Matthiessen ever find what he was looking for? Richardson’s elegant and rigorous biography wisely leaves the question open. But what it does make clear is that “true nature” is not a stable or permanent destination. It is a process, an experience, a temporary vision, an opening caused by a sudden confrontation with the world beyond us. Later in life, as Richardson writes, Matthiessen compared it to a tiger jumping into a quiet room. Reflecting on his tiger moment—a vision of his dying wife experienced in a sesshin, an intense form of Buddhist meditation—Matthiessen noted that “for the first time since unremembered childhood, I was not alone, there was no separate ‘I.’ Wounds, anger, ragged edges, hollow places were all gone, all had been healed; my heart was the heart of all creation.” But this beautiful instant is, by definition, temporary.Matthiessen, ultimately, refused to fit into any tidy box. He was an environmental activist who hobnobbed with the jet set, a devoted Buddhist who wrestled with a titanic ego, a man who knew that all things ultimately return to nature but fought against death to the very end. Matthiessen embodied many ironies, but one might feel particularly evergreen: The conditions that make possible a search for existential fulfillment are often what make it so very difficult to find.

Oil refinery closures leave workers searching for a job that ‘just doesn’t exist’

For the refinery workers being laid off — most of whom lack a college degree — it’s unlikely they’ll find another job that pays as well, despite recent efforts by the state to help.

In summary For the refinery workers being laid off — most of whom lack a college degree — it’s unlikely they’ll find another job that pays as well, despite recent efforts by the state to help. Wilfredo Cruz went to the doctor in October of last year to have his brain scanned because he was experiencing vertigo — a dangerous condition when you’re a refinery worker like Cruz and your job entails climbing 200-foot towers and fixing heavy machinery.  While he waited at the doctor’s office, he picked up his phone and felt a moment of panic, seeing 100 unread text messages in the last hour.  The Phillips 66 refinery complex in Los Angeles had just said that it was going to close, and Cruz learned in that moment that he would eventually lose his job, along with nearly 1,000 other employees and contractors.  “It was a big shock, a gut punch,” said Cruz, who thinks his last day will be sometime in April. Workers say layoff notices will begin to go out in the next few months.  It’s just one of a handful of refineries that have closed or that intend to close in the coming months. For the workers — most of whom lack a college degree — it’s unlikely they’ll find another job that pays as well, despite recent efforts by the state to help. Though the Trump administration signed legislation creating billions of dollars in tax cuts for oil and gas companies, it’s not going to save these jobs or offer the workers any money to train for new ones.  “You have people earning between $80,000 to $200,000 a year, and almost everyone is a high school graduate and that’s it,” said Cruz. “To go out and look for another job that’s even somewhat comparable, it just doesn’t exist.”  When he isn’t at the refinery, Cruz is wearing a plain black shirt, shorts, and New Balance sneakers — anything that’s easy to clean if his 2-year old son throws food at him, he said. His vertigo is better these days, almost a year after the refinery said it would close, but he now has to find a job so he can support his family and pay his mortgage. The best bet, he said, is to go back to school and start a new career in cybersecurity. Thousands of jobs lost California has about 100,000 workers in the fossil fuel industry, according to an August report by the Public Policy Institute of California. That’s about the population of a small city, such as Merced or Redding. As the state continues its transition to renewable energy, many of those jobs may disappear — and some already have. Refineries have been closing all across the U.S. in recent years, but California has been hit hard, especially in Contra Costa County, Solano County and parts of southern Los Angeles, near Long Beach. First it was the Marathon refinery in Contra Costa County in 2020, which put hundreds of people out of work before the plant converted to renewable fuels with a fraction of the former workforce. Then Phillips 66 began shifting one of its Contra Costa County refineries to renewables and closed an affiliated plant on the Central Coast. A Valero refinery in Solano County is also expected to close in the next few months, leading to more layoffs. Publicly, oil companies have given vague justifications for the closures, though oil industry advocates, such as the Western States Petroleum Association, blame the state’s increased regulation and its renewable energy transition. Environmental groups point to the decrease in oil demand as more Californians turn to electric vehicles.  With thousands of jobs at stake, Gov. Gavin Newsom and the Democratic-led state Legislature this summer tried to strike a deal with Valero to avoid the closure of its Solano County refinery. Those conversations are still “ongoing,” said Daniel Villaseñor, the deputy director of communications for the governor.  What the state has offered so far is a $30 million pot of money, which refinery workers can use to train for new jobs. The money went out to four different workforce organizations last February, and they have until 2027 to distribute it to workers in various ways, such as through scholarships.   First: Workers cross a street as smoke billows from a fire at the Martinez Refinery Company in Martinez in Contra Costa County on Feb. 1, 2025. Last: A worker stands atop a tank car that carries liquefied petroleum gas at the Marathon Martinez Refinery on April 27, 2020. Photos by Jose Carlos Fajardo, Bay Area News Group The United Steelworkers union, which represents many of the Phillips 66 refinery workers, received about a third of the money and recruited Cruz to help find eligible workers at his job. Some of his colleagues are trying to become truck drivers, emergency medical technicians, or radiologists, but the state money rarely covers all the training expenses, he said.  In his spare time, Cruz is enrolled in an online, year-long certificate program in cybersecurity at UC San Diego and is using the state money to cover the $4,000 tuition. He said he wants a remote job, something that would allow him to spend more time with his son.  The steelworkers union has pushed Newsom for much more, ideally “hundreds of millions of dollars per year” to help retrain the refinery workers it represents, said Mike Smith, the national bargaining chair for the union. The governor has yet to make any new promises.  Six-figure salary, no degree required The average work day at a refinery might entail crawling into small spaces, withstanding searing heat, or operating heavy machinery with precision. And it can be dangerous: In 2006, the roof of a storage tank collapsed, killing one person and injuring four others at the Phillips 66 refinery complex in Los Angeles, which was then owned by an earlier iteration of the company.   Twelve-hour shifts are the norm, including many night shifts, and overtime is common. Nearby residents complain that the Phillips 66 facilities have a foul smell and that they pump cancer-causing chemicals into the air, creating health risks for the entire community. Workers are required to wear full-body fire retardant uniforms each day because fires are a constant risk, such as last week, when an explosion rocked a Chevron refinery in El Segundo. There was no major damage. Flames and smoke from a large fire rises from the Chevron refinery in El Segundo on Oct. 2, 2025. Photo by Daniel Cole, Reuters Though the work can be physically demanding, the rewards are plentiful. Union workers at the Phillips 66 refinery complex make about $115,000 a year, plus a pension and an 8% match on 401k contributions, said Smith.  Together, the Phillips 66 refineries in Los Angeles and the Valero refinery in Solano County produce about 17% of the state’s gas. Without these facilities, Californians could see higher prices at the pump, according to an independent analysis by the federal government. Laurie Wallace, a self-described artist, never wanted to work in oil and gas, but the money was a big draw, she said. For years, she was working as many as three different jobs, saving up money for punk and ska concerts while flipping burgers at In-N-Out, helping customers at Ace Hardware, or working shifts at a local cafe. Her husband at the time learned about a training program for refinery workers. He said he was going to apply and when she said she was interested, he told her she would never get in.  “I took the test and got the better score,” Wallace said. “I don’t do well with people telling me not to do something.” In the nearly 18 years since that exam, she’s worked at the Phillips 66 refinery complex in Los Angeles, handling the heavy machinery that transports California’s oil and gas. Wallace often earns over $100,000, especially with overtime, allowing her to achieve what many might consider the American Dream: a four-bedroom house in the Long Beach suburbs with an affordable mortgage and family vacations every year, including cruises to Mexico and trips to Las Vegas.  She’ll likely see a pay cut in any future job. In a 2023 study by the UC Berkeley Labor Center, UC Irvine professor Virginia Parks helped survey those who had been laid off by the Marathon oil refinery in Contra Costa County in 2020. She found that roughly a quarter were unemployed or no longer looking for work over a year after losing their jobs. Some workers found opportunities at other oil refineries, though they made less money because they lacked seniority or a union. Others found jobs at utility companies or chemical treatment plants, and a few started working in health care or retail.  “I don’t think (refinery workers) need long training programs but they do need some sort of reskilling,” said Parks, who wants the state to provide workers more financial help. She’s especially interested in state grants that give workers income support while they search for a skilled job. “Otherwise they’re just going to find whatever (job) they can.” Her study found that workers who did find a job after getting laid off made about $38 an hour — $12 less than before.  Lots of experience but few ways to prove it Since the layoffs at the Phillips 66 refinery complex will happen slowly over the next few months, Wallace still has a job for now. Her department is responsible for receiving and shipping the oil and gas that arrives at the Port of Los Angeles, work that is so essential that she thinks she’ll be one of the last people laid off, potentially in 2027. Over the years, she’s driven the trains that transport tons of oil and gas, operated cranes to carry pieces of pipelines and climbed on top of the massive fuel storage tanks that line the 110 Freeway. Often, she said she worked six or even seven days in a row. Laurie Wallace at the end of her overnight shift in front of the Phillips 66 refinery in Wilmington, Los Angeles, on Oct. 1, 2025. Photo by Stella Kalinina for CalMatters In April, she was diagnosed with breast cancer and got a modified schedule. Now she works night shifts and only two or three days in a row. After finishing her radiation therapy around 2 p.m., she changes out of her usual attire, a punk T-shirt and jeans, and gets into her work uniform. She then has to get through Los Angeles traffic, bypass the plant’s two layers of security, and travel across the refinery, which takes up multiple city blocks, or about 650 acres. Her shift begins at 4:30 p.m., where she spends 12 hours in a room, alone, under fluorescent lights, actively monitoring 16 different computer screens for changes in pressure or chemistry.  After so many years, staying alert during a night shift is second nature, she said with a laugh. “I’m a little high strung. I have no problem staying awake.”  The stakes are high. If she isn’t paying attention and a machine fails or a tank has the wrong pressure, fuel leaks can occur. In 2014, a hole burst in an underground pipeline near the refinery, pouring 1,200 gallons of oil into a residential street. Although Wallace has used many cranes over the years, she doesn’t have a crane operator’s license. In fact, all of the training that she’s done happens on-site, and her employer isn’t required to track it or give her any credential, such as a license or certificate, that could transfer to another job. After the Marathon refinery in Contra Costa County closed, former workers struggled to substantiate their skills when looking for new jobs, the UC Berkeley Labor survey found.  Drawing directly on the study, and with support from the steelworkers union, longtime labor activist and state Sen. María Elena Durazo, a Los Angeles Democrat, proposed a bill this year that would require employers to provide their workers with proof of any on-the-job training or education. The governor has until Oct. 12 to sign or veto the bill. It’s only “a first step” though, said Parks, a co-author of the study. Long-term, she said refinery workers should have the option to acquire independent certificates or credentials, such as a crane operator license, that prove their skills and don’t rely on an employer at all. “It’s not ideal but it’s temporary”  So far, only a fraction of the oil and gas workers who are eligible for state support have actually received it.  “We just started enrolling members,” said Rosi Romo, who coordinates the grant program on behalf of the steelworkers union. Though the steelworkers union received the money last March, only about 100 people have participated so far, said Romo, most of them in Southern California. She said the program can fund 650 scholarships, offering up to $15,000 in tuition for each worker  In Kern County, where the oil industry is a major employer, the local job centers received over $11 million from the state, which they’ve used to help nearly 370 former oil and gas workers retrain in new careers, including trucking and nursing. The job centers have enough money to serve around 750 people, said Danette Williams, who works in marketing for the centers, known as the Employers’ Training Resource. Unlike the steelworkers union, which is only giving out scholarships, Williams said the Employers’ Training Resource is also offering to reimburse 50% of wages during the first 480 hours of the workers’ new jobs. Romo said she wasn’t aware that was possible under the union’s contract with the state, but if it is, she said she’d try to offer the same benefit. The other organizations who received the grant money did not respond to CalMatters’ questions.  The Phillips 66 refinery in Wilmington, on Sept. 30, 2025. Photo by Stella Kalinina for CalMatters Romo, along with other representatives from the steelworkers union, said the work schedule at the Phillips 66 refinery complex is one reason why workers have yet to use most of the money. As of August, about a quarter of union employees have already left the facility for other opportunities, said Smith, the national bargaining chair for the union. The remaining employees are left working overtime.  Once layoffs begin in the coming months, Romo and Smith said they expect an uptick in the number of workers taking advantage of the scholarship money. Phillips 66 did not respond to multiple requests for comment about its overtime policies or other ways it may be supporting workers’ job transitions.  Cruz said he’s working six days a week now, 12 hours each day. To make progress on his cybersecurity course at UC San Diego, he tries to listen to lectures and audiobooks during his commute or while eating lunch or dinner during his two, 30-minute breaks. After he puts his son to sleep around 9 p.m., he has a few hours to study, though he has to wake up at 5 a.m. to make it to his shift on time. “It’s not ideal but it’s temporary,” he said. Wallace has a slight advantage, since she started taking online classes in 2020 to complete her associate degree. She’s still one class short, but she hasn’t had the time to finish it. Between her radiation therapy and the 12-hour night shifts, she said it’s unlikely she’ll be able to study for at least another year while she works with the skeleton crew that’s closing the refinery. If she had time, she said she would finish her associate degree and use the state training grant to help offset the cost of a bachelor’s degree. But because the state tuition grants expire in 2027, it’s quite possible she won’t be able to use the tuition money at all.

Why Concord?

The geological origins of the American Revolution

Photographs by Amani WillettEditor’s Note: This article is part of “The Unfinished Revolution,” a project exploring 250 years of the American experiment. Concord, Massachusetts, 18 miles northwest of Boston, was the starting point for the War of Independence. On April 19, 1775, militia and minutemen from Concord and neighboring towns clashed with British regulars at the Old North Bridge and forced a bloody retreat by the King’s men back to safety in Boston. Some 4,000 provincials from 30 towns answered the call to arms. Concord claimed precedence as the site of THE FIRST FORCIBLE RESISTANCE TO BRITISH AGGRESSION, the words inscribed on the town’s 1836 monument to the battle (to the enduring resentment of nearby Lexington, which actually suffered the first American deaths that day). Concord’s boast took hold thanks to Ralph Waldo Emerson, who in 1837 portrayed the brief skirmish at the bridge as “the shot heard round the world.” That moment has been a key to local identity ever since.Concord is widely known for another aspect of its history: It is intimately associated with the Transcendentalist movement in the quarter century before the Civil War. That distinction, too, it owes to Emerson. Born and raised in Boston, the most prominent public intellectual of Civil War America was the scion of six generations of New England divines, going back to Concord’s founding minister. In 1835, at age 32, Emerson returned to “the quiet fields of my fathers,” and from that ancestral base forged his career as a lecturer in Boston and beyond. He quickly became known as an eloquent voice for a new philosophy—calling on Americans to shed outmoded ways of thinking rooted in the colonial and British past and to put their trust in nature and in themselves. Partaking, as he saw it, of a divinity running through all Creation, Americans had an unprecedented opportunity to build an original culture on the principles of democracy, equality, and individual freedom. Emerson’s project was to unleash this infinite force.In Concord, Emerson attracted a coterie of sympathetic souls who shared his vision, including Henry David Thoreau, who, as the author of Walden and “Civil Disobedience,” would ultimately surpass Emerson in renown. As the town gained literary stature, Concord became a byword for the philosophical movement it hosted. Henry Adams called Transcendentalism “the Concord Church.” Emerson projected his influence by means of books and lectures. He was among the founders of The Atlantic, calling in its pages for the abolition of slavery (and, a few months later, mourning the death of Thoreau). Concord itself emerged, in the words of Henry James, as “the biggest little place in America.”Why Concord? How did a small town of some 2,200 inhabitants in 1860 become a cradle of not one but two revolutions? The best-known explanations distort the town’s history while inflating its self-regard. One view, popularized by Van Wyck Brooks’s Pulitzer Prize–winning The Flowering of New England (1936), emphasizes Concord’s bucolic beauty, agricultural economy, and limited industrial development. It was a place fit for poets and philosophers, where nature and man came together in rare harmony. A second view, advanced by the Yale historian Ralph Henry Gabriel in 1940, holds that the Transcendentalists were the intellectual heirs of the minutemen. By challenging the materialism of business and politics and by insisting on the ideals of a democratic faith, Gabriel argued, Emerson and Thoreau were “carrying on the fight which had been started by farmers at the bridge.”It’s no wonder that locals and tourists alike continue to indulge such explanations. An attractive civic identity can brand a town and bring in business; ironically, Concord’s reputation as a place of principle, carrying the torch of democratic ideals, serves just this purpose. Still, as history, the public image of the Transcendentalists as heirs of the minutemen has little foundation. The minutemen had fought for collective liberty, the communal right to govern themselves and uphold a way of life going back to the Puritan founders. Transcendentalists, by contrast, stressed individual rights in a break with tradition. Forsake inherited institutions and involuntary associations, Emerson urged. “Trust thyself” was his strategy for changing times. A reconstruction of Concord’s Old North Bridge, where militia and minutemen forced British soldiers to retreat on April 19, 1775. (Amani Willett for The Atlantic) The town of Concord was not some sheltered enclave, slumbering through the revolutions of the age. In the Transcendentalist era, the community was economically dynamic, religiously diverse, racially heterogeneous, class-stratified, politically divided, and receptive to social and political reform. It stood in the mainstream of antebellum America. It offered no asylum from change.It’s easy to overstate the uniqueness of Concord in politics as well as culture. Why was the town at the forefront of the Revolution? Not because it was more militant than most. In the opposition to British taxes and “tyranny,” it took its time, reluctant to unsettle authority and break with the Crown. Then again, so did most towns in Massachusetts, until Britain revoked the colony’s provincial charter and assailed local self-government. Moderation made Concord a safe place to store military supplies; its leaders were unlikely to act rashly and precipitate a war. So did its distance from Boston and its pivotal place on the Massachusetts road network. The town was a market center, a seat of courts, and a staging ground for military expeditions—such as the march to Boston in 1689 to overthrow the authoritarian royal governor, Edmund Andros. But other towns, such as Weston and Worcester, could have performed a similar service in 1775.As for Concord’s status as the center of Transcendentalism, the claim is inflated. The movement drew support across the Boston area. Transcendentalists preached from Unitarian pulpits not only in Boston but also in nearby towns such as Watertown, Arlington, and Lexington. So Concord was not alone: Its citizens experienced the same forces unsettling life all over Massachusetts. Its writers just happened to address that social transformation with a vision of nature and the self so compelling that Concord became the symbolic rather than literal center of Transcendentalism.[From the December 2021 issue: Emerson didn’t practice the self-reliance he preached]In one key respect, though, Concord truly was unique. In 1635, when the Massachusetts General Court authorized the founding of the town, it possessed a natural setting with distinct advantages replicated nowhere else in New England. Over millennia, the forces of geology had fashioned a physical landscape that the Native inhabitants had improved to sustain their way of life, and had unwittingly made ready for appropriation by the newcomers from across the sea. These resources drew pioneers into the interior, well beyond the seaboard, for the first time, and enabled the creation of new social and intellectual landscapes. Nature blessed Concord from the start. Emerson rightly invoked the universal currents of being, whose natural laws, as he saw it, were the same in his era as at the beginning of time.The Concord River runs north, rather than southeasterly down the regional slope toward the sea. When the edge of the great ice sheet began to retreat from the area about 17,000 years ago, the Concord River was dammed up by the ice to create a ribbon-shaped glacial lake with a muddy bottom. Eventually the lake drained away, allowing the Concord River to cut an inner valley beneath a moist and fertile lowland.This process set the stage for the creation of what the Indigenous Massachusett, Nipmuc, and Pawtucket peoples called Musketaquid, meaning “grass-ground river,” a marsh about 20 miles long and so flat and so uninterrupted that Thoreau skated the entire round-trip distance one freezing day—January 31, 1855. The languid stream passed through broad meadows to create a northern version of the Everglades (without the alligators). Nathaniel Hawthorne lived along the bank for three weeks before he discerned which way the river flowed.This riparian ecology attracted colonists: Concord became the first English town in North America above tidewater, beyond the sight and scent of the sea. Here the lush growth of freshwater hay would undergird a system of English husbandry dependent on livestock. Here migrating shad, herring, and salmon thrived in the aquatic richness, furnishing plentiful protein sources, vitamins, and minerals. Here the firm, muddy banks made an ideal habitat for the freshwater mussels on which other animals depended: muskrat, otters, turtles, human beings. On July 3, 1852, Thoreau estimated that more than 16,335 freshwater clams lay along 330 feet of the riverbank. Migrating waterfowl followed the meadows. Songbirds nested along their edges.Transplanting Old World methods, the founders of Concord harvested natural hay in its Great Meadow, which was annually enriched with nutrients by flooding. Thoreau gazed at the scene and imagined a river as fertile and ancient as the Nile. “It will be Grass-ground River as long as grass grows and water runs here,” he predicted in the opening lines of his first book, A Week on the Concord and Merrimack Rivers (1849). Above the meadow stood the Great Field, an unusually flat, loamy, well-drained terrace that the Native people had long cleared for cultivation, using fish for fertilizer. For the colonists, this was a place to grow cereal grains, including the novel crop of Indian corn, fertilized by manure from cattle fed on hay from the Great Meadow. Above the Great Field was a broad expanse of fairly level habitable land covered by old-growth forest. This extensive lowland gave inhabitants room to spread out on mostly stone-free soils, unlike so much of New England, and create productive farms.Concord lies at the midpoint of Musketaquid, a place where the Assabet River, a typical midsize New England stream, enters from the west to bisect the ribbon of meadowland, creating the Sudbury River to the south and the Concord River to the north. It’s no accident that Concord village was settled in this strategic spot, where three rivers touch—the axis mundi of a most unusual valley.Eighteen miles. That’s the distance from Boston Harbor to Concord village. A regiment of British soldiers walked it on their ill-fated expedition. In October 1833, Thoreau hiked the route to Concord from his Harvard dormitory in Cambridge, blistering his feet in the process. Eighteen miles was far enough from the capital to serve as the primary depot of provincial military stores; it made for a long march in the dead of night through hostile countryside, as the British regulars learned to their sorrow. In times of peace, Concord could take advantage of its favorable location—far enough from more urban coastal settlements to cultivate a rural identity centered on agriculture, but close enough to enjoy proximity to educational institutions, literary culture, markets and wharves, and the statehouse. Concord became a right-size county seat, its central village of shops, taverns, courthouse, and meetinghouse surrounded by farms no more than a few minutes’ walk in any direction.The physical separation between Boston and Concord involves more than the linear distance between two points. The population centers occupy different watersheds—the Charles River watershed to the east and the Concord River watershed to the west. In fact, they lie on different bedrock terranes that originated in different places in different eras. The terrane boundary coincides with the Bloody Bluff fault, named for a rocky notch where British troops were trapped by ferocious provincial fire. Here the land leans toward the security of the sea. To the west, it leans toward a hinterland where pioneering residents looked to one another for community support. Without the Lexington Road and its regular stagecoach traffic, 18th-century Concord would have remained an agricultural village. Instead, it became a prominent node in an expanding trade network. The significance of the watershed divide between country and city diminished only after the Fitchburg Railroad reached Concord in 1844. Top: The woods surrounding Walden Pond. Bottom: Concord’s Great Meadow. The construction of a railroad in 1844 made the town a day-trip destination for middle-class urbanites. (Amani Willett for The Atlantic) Before steam power and the internal combustion engine, the main source of mechanical power in Concord derived from flowing water. Harnessing hydropower required the construction of a dam, behind which a reservoir filled up with streamflow. For much of its history, Concord village was defined by a man-made pond, the filling of which was the counterpart to our putting fuel in a tank or recharging a battery.At Concord’s beginning, in the 1630s, its settlers clustered in a central village to take advantage of the waterpower of Mill Brook. A dam was built on the stream in a constricted space—the site of an abandoned fishing weir put in place by Indigenous occupants to capture the seasonal runs of shad and salmon coming upstream to spawn. The mill dam was sufficient for two centuries to power a diversity of small-scale manufacturing enterprises, including grist- and sawmills and blacksmith shops, but it was not enough to expand and compete even with the small factory cities west of Musketaquid, such as nearby Maynard and Stow, not to mention the industrial behemoths Lowell and Lawrence to the north. The enduring legacy of Mill Brook was to foster the growth of a central village in a colony where dispersed residences became the norm. Together with the Great Field and Great Meadow, the nucleated village of Concord, where people settled thickly under the watchful eyes of neighbors, manifested the Puritan ideal of community on the ground.Above the marshy meadows of Musketaquid, but below the fairly level wooded land over which Concord center sprawled, is a discrete alluvial floodplain dominated by river-transported silt and sand. And where this alluvium is absent, the meadows have low, natural-edging levees, high and dry enough to provide a habitat for a beautiful “gallery” forest fringing all three rivers on both sides. This extensive strip of trees constituted a buffer zone between the deforested open landscape of farms, fields, and pastures and the never-forested wetland of meadows and streams. As Thoreau floated down the rivers and walked along their banks, he delighted in this woodland composed not of tall pine and hickory, but of willow, alder, birch, red maple, and other species. Ralph Waldo Emerson’s home in Concord, and the nature reflected in its window (Amani Willett for The Atlantic) While drafting Nature from his second-floor study in the Old Manse—the house near Old North Bridge later occupied by Nathaniel and Sophia Hawthorne—Emerson would look out over a field and stone walls toward a gallery forest on both sides of the Concord River. Thoreau’s views, when he traveled the river by boat, skates, or snowshoes, were flanked by woods on both sides. Owing to its hydrology, Concord’s gallery forest persisted, even during the peak deforestation of the mid-19th century, when forest cover was reduced to about 10 percent of the town’s land area.Along the southern edge of Concord lies an elevated tract of droughty, infertile, and often bumpy land that remained unfit for development well into the 20th century. The uphill climb to that tract, known as Brister’s Hill for a once-enslaved Black man who made his residence there as a free man, is the north-facing escarpment of a forested plateau known as Walden Woods. Composed mainly of river gravel and sand, this upland is an ancient glacial delta that built outward over buried blocks of stagnant glacial ice. When those blocks later melted underground, the result was a chain of sinkhole lakes and ponds called kettles. The largest and purest of these is Walden Pond, the deepest lake in Massachusetts.For the Transcendentalists of the 1830s and ’40s, Walden Pond served as a source of inspiration within an easy walk of Emerson’s parlor. When Thoreau lived there in the mid-1840s, the lake became the imagined interlocutor for his philosophical musings—“Walden, is it you?”—and a powerful symbol of the unity of nature. Though the still-beautiful Concord River had been greatly changed by this time, Walden Pond, “earth’s eye,” became Thoreau’s exemplar of purity and eternity in a landscape denuded of trees and drained of its wetlands.But the commercialism and superficial mass culture that dismayed Emerson and outraged Thoreau intruded even here. An entrepreneurial agent for the Fitchburg Railroad built an amusement park at “Lake Walden.” In the Gilded Age, it became a day trip by train for middle-class urbanites and poor children from the Boston tenements. Eventually, the Emerson family acquired the bulk of the woodland surrounding the pond and donated it for public use.Concord is not unique in having one or more beautiful lakes within its borders. What makes it singular is that Thoreau’s book of the place made the place of the book world-famous. Walden became the foundational text for the aesthetic strand of the American environmental movement. Its emphasis on nature’s beauty and the spiritual inspiration that could be enjoyed at a humble kettle pond presented a pointed contrast to the utilitarian strand of the movement pioneered by George Perkins Marsh, the author of Man and Nature (1864), who sought to conserve nature for economic purposes. Of course, unwittingly, Thoreau’s classic also enhanced the tourist trade.In the 20th century, Concord, a town whose motto at times could be “Resisting change since 1775,” became a progressive leader on environmental and sustainability issues. Its otherwise inauspicious lake is now a global symbol and a destination for admirers of Thoreau. The more than 160,000 international pilgrims who come to visit every year, together with the attentions of nearby residents, threaten to love the pond and woods to death. It has been an ongoing political struggle to preserve Walden as it was in Thoreau’s day—an admittedly impossible task. Attempting to live up to that responsibility earned Concord acclaim across the world, notwithstanding the town’s decision in 1958 to site the town landfill within 800 feet of the lake—a choice considered temporary at the time and that local activists are now seeking to mitigate.Not everyone has appreciated the distinct landscape created by Concord’s geological history. In 1844, Margaret Fuller accused Emerson of settling for a placid suburban existence. A noble soul like his, she believed, required a sublime setting—dazzling waterfalls and mountain peaks—rather than the “poor cold low life” of Concord. Defensively, the country gentleman counted his blessings. If the town lacked “the thickets of the forest and the fatigues of mountains,” it was easy to reach and traverse. It was close enough to the city to attract big-name lecturers and performers, and yet distant enough to possess “the grand features of nature.” More than 160,000 pilgrims from around the globe visit Walden Pond each year. (Amani Willett for The Atlantic) Thoreau put the matter succinctly: Wildness lies all around us, and in it is “the preservation of the world.” Could not every town, he proposed, create a park “or rather a primitive forest of five hundred or a thousand acres, where a stick should never be cut for fuel,” but be “a common possession forever, for instruction and recreation”? His neighbors took the suggestion to heart. In the 160-plus years since his death, they preserved a sizable portion of the town’s farms, forests, and wetlands from economic development. Of Concord’s nearly 16,200 acres of land, roughly 6,120 acres, or 38 percent, are now “permanently protected open space,” according to a 2015 town plan. Thoreau’s own close studies of natural phenomena, including his phenological notes on seasonal events—when plants leaf, for example, and when birds migrate, and when the river ice breaks up—are now indispensable records with which scientists assess the advance and toll of climate change today.Yet the challenge to care for that environmental heritage is ongoing. Concord is not frozen in time. It is an active, changing community facing unrelenting pressures for economic development—for instance, controversial proposals for a cell tower in Walden Woods and for expanded private-jet flights from nearby Hanscom Field. Thoreau witnessed the same root conflict. With geology emerging as a science in his time, he intuited that nature was as subject to change as human society; it was no fixed backdrop.For all our extraordinary human achievements, we remain earthlings. Rocks and minerals give rise to ecosystems, upon which human cultures are dependent. That’s the direction of human history in deep time: up from the ground. In our unprecedented modern geological epoch, the aptly named Anthropocene, human beings have become the dominant geological agents, thanks to the power of fossil fuels—also up from the ground, but exhaustible and not enduring. That change has its origins in the Industrial Revolution, against whose excesses the Transcendentalists warned.On April 19, 2025, some 70,000 people converged on Concord to celebrate the 250th anniversary of the battle that started it all. Marching in the parade were representatives from some of the 97 communities in the United States that take their name from the birthplace of the Revolution. The celebrations proved to be patriotic as well as inclusive, paying tribute to the heritage of liberty and self-government that is the legacy of the New England town. They were also surprisingly cheerful for our polarized time, though a good many participants did carry signs inspired by the minutemen: NO KING THEN, NO KING NOW.Every place is unique because every place is the contingent outcome of its own inescapable cascade of events—from rock to ecosystem to culture. Concord was lucky in its location, inheriting advantages from natural landscape and history on which its inhabitants could build a sense of place and community. It was a fierce determination to defend that community, with its tradition of town-meeting government, that inspired the resistance to the British regulars. The location of the Old North Bridge at a bedrock-anchored narrows between two large meadows made a logical place for the shot heard round the world. The Battle Road that led to it was flanked by stone walls and trees lining the edges of fields, at times narrowing to pass over streams or curving sharply to follow landforms. The character of the Concord fight owed much to geology. It helps explain the rout of the redcoats—and the ensuing popular confidence in the possibility of a military victory that lay eight years ahead.This article appears in the November 2025 print edition with the headline “Why Concord?”

Exxon delays planned plastics plant on Texas coast

The announcement comes six weeks after a judge struck down the local school district’s decision to give Exxon a tax break for the $10 billion plant in Calhoun County.

Sign up for The Brief, The Texas Tribune’s daily newsletter that keeps readers up to speed on the most essential Texas news. This story is published in partnership with Inside Climate News, a nonprofit, independent news organization that covers climate, energy and the environment. Sign up for the ICN newsletter here. Exxon Mobil will postpone its plans for a large new plastics production plant on the Gulf coast, according to the company. Construction was initially planned to begin next year on the $10 billion facility in rural Calhoun County. “Based on current market conditions, we are going to slow the pace of our development for the Coastal Plain Venture,” Exxon said in an emailed statement. “We’re confident in our growth strategy, and we remain interested in a potential project along the US Gulf Coast and in other regions around the world.” Six weeks prior, a county district court judge invalidated the local school board’s decision to negotiate a tax break agreement with Exxon, following a lawsuit from Diane Wilson, 77, and her group, San Antonio Bay Estuarine Waterkeeper. On Aug. 19 the judge ordered the school board to redo its public hearing on Exxon’s tax break after Wilson alleged the district provided inadequate notice of the meeting in “a deliberate attempt to avoid public opposition.” Wilson, an internationally known environmental advocate, promised to bring a large audience for the repeat hearing. “I think it definitely played into it,” Wilson said of Exxon’s pause. “I think if everybody had just rolled over for them, if they got exactly what they wanted and there wasn’t a big fight, there would be no delay.” Exxon, which reported nearly $34 billion in profits in 2024, was seeking a 50% reduction in its property taxes to the rural Calhoun County Independent School District for 10 years, beginning in 2031, when the project would come online. The world-scale plastics plant was planned to produce up to 3 million tons per year of polyethylene pellets for export, primarily to Asia, according to Exxon’s December 2024 tax abatement application. John Titas, president of the Victoria Economic Development Corporation in nearby Victoria, said he didn’t think Exxon’s decision was related to the tax break fight. “I think they’ve been very thankful for the support they received in the community,” he said. “It’s economics. To justify an investment of that magnitude, you’ve got to make sure the market will provide a return.” In Exxon’s latest statement, first reported last week by Independent Commodity Intelligence Services, an industry news service, the company maintained the possibility of resuming the project in the future. “We’re maintaining good relationships with community leaders and contractors, so we are ready to reevaluate the project’s status when market conditions improve,” it said. Exxon didn’t specify which market conditions would need to change. Most projections forecast strong growth in plastics demand over coming years. The economic intelligence firm Precedence Research expects markets for polyethylene, which the Exxon plant would produce, to grow 64% between 2024 and 2034, according to a June 2025 assessment. Another firm, Expert Market Research, expects overall plastics markets to grow 51% in that time. According to the Plastics Industry Association, “The global plastics industry continues to accelerate, backed by strong demand.” Wilson said the project’s delay marked the best news she’d heard since 2019, when she found out that her lawsuit against another nearby petrochemical giant, Formosa Plastics, would end with a settlement worth more than $100 million in penalty payouts, facility upgrades and cleanup projects. Credit: Dylan Baddour/Inside Climate News A retired shrimper and mother of five, Wilson learned her tactics of resistance over decades of radical activism in defense of Texas’ coastal bays, where four generations of her family have fished for a living. In 2023 she received the Goldman Environmental Prize, the leading global award for environmental activism. As soon as she heard about the new Exxon project, in December 2024, she said she leaped into action, involving herself in the various public processes she’s come to know about, including the school district tax break agreements. “How a community reacts is extremely important and it’s extremely important that you do it in the beginning,” she said. “Move fast and don’t let up.” Disclosure: The Victoria Economic Development Corporation has been a financial supporter of The Texas Tribune, a nonprofit, nonpartisan news organization that is funded in part by donations from members, foundations and corporate sponsors. Financial supporters play no role in the Tribune's journalism. Find a complete list of them here. The wait is over! The full TribFest program is here. Join us Nov. 13–15 in downtown Austin and hear from 300+ thinkers, leaders and change-makers shaping Texas’ future. TribFest gives you a front-row seat to what’s next, with 100+ sessions covering education, the economy, policy, culture and more. Explore the program. TribFest 2025 is presented by JPMorganChase.

Goodall's Influence Spread Far and Wide. Those Who Felt It Are Pledging to Continue Her Work

In the wake of Jane Goodall's death, the many scientists and others influenced by her are promising to do their best to carry on her legacy

In her 91 years, Jane Goodall transformed science and humanity's understanding of our closest living relatives on the planet — chimpanzees and other great apes. Her patient fieldwork and tireless advocacy for conservation inspired generations of future researchers and activists, especially women and young people, around the world.Her death on Wednesday set off a torrent of tributes for the famed primate researcher, with many people sharing stories of how Goodall and her work inspired their own careers. The tributes also included pledges to honor Goodall’s memory by redoubling efforts to safeguard a planet that sorely needs it. Making space in science for animal minds and emotions “Jane Goodall is an icon – because she was the start of so much,” said Catherine Crockford, a primatologist at the CNRS Institute for Cognitive Sciences in France. She recalled how many years ago Goodall answered a letter from a young aspiring researcher. “I wrote her a letter asking how to become a primatologist. She sent back a handwritten letter and told me it will be hard, but I should try,” Crockford said. “For me, she gave me my career.”Goodall was one of three pioneering young women studying great apes in the 1960s and 1970s who began to revolutionize the way people understood just what was -- and wasn’t -- unique about our own species. Sometimes called the “Tri-mates,” Goodall, Dian Fossey and Biruté Galdikas spent years documenting the intimate lives of chimpanzees in Tanzania, mountain gorillas in Rwanda, and orangutans in Indonesia, respectively.The projects they began have produced some of the long-running studies about animal behavior in the world that are crucial to understanding such long-lived species. “These animals are like us, slow to mature and reproduce, and living for decades. We are still learning new things about them,” said Tara Stoinski, a primatologist and president of the Dian Fossey Gorilla Fund. “Jane and Dian knew each other and learned from each other, and the scientists who continued their work continue to collaborate today.”Goodall studied chimpanzees — as a species and as individuals. And she named them: David Greybeard, Flo, Fifi, Goliath. That was highly unconventional at the time, but Goodall’s attention to individuals created space for scientists to observe and record differences in individual behaviors, preferences and even emotions.Catherine Hobaiter, a primatologist at St. Andrews University who was inspired by Goodall, recalled how Goodall carefully combined empathy and objectivity. Goodall liked to use a particular phrase, “If they were human, we would describe them as happy,” or “If they were human, we would describe them as friends –- these two individuals together,” Hobaiter said. Goodall didn’t project precise feelings onto the chimpanzees, but nor did she deny the capacity of animals besides humans to have emotional lives.Goodall and her frequent collaborator, evolutionary biologist Marc Bekoff, had just finished the text of a forthcoming children's book, called “Every Elephant Has a Name,” which will be published around early 2027. Inspiring scientists and advocates for nature around the world From the late 1980s until her death, Goodall spent less time in the field and more time on the road talking to students, teachers, diplomats, park rangers, presidents and many others around the world. She inspired countless others through her books. Her mission was to inspire action to protect the natural world.In 1991, she founded an organization called Roots & Shoots that grew to include chapters of young people in dozens of countries.Stuart Pimm, a Duke University ecologist and founder of the nonprofit Saving Nature, recalled when he and Goodall were invited to speak to a congressional hearing about deforestation and extinction. Down the marble halls of the government building, “there was a huge line of teenage girls and their mothers just waiting to get inside the room to hear Jane speak,” Pimm said Thursday. “She was mobbed everywhere she went -- she was just this incredible inspiration to people in general, particularly to young women.”Goodall wanted everyone to find their voice, no matter their age or station, said Zanagee Artis, co-founder of the youth climate movement Zero Hour. “I really appreciated how much Jane valued young people being in the room -- she really fostered intergenerational movement building,” said Artis, who now works for the Natural Resources Defense Council.And she did it around the world. Roots & Shoots has a chapter in China, which Goodall visited multiple times.“My sense was that Jane Goodall was highly respected in China and that her organization was successful in China because it focused on topics like environmental and conservation education for youth that had broad appeal without touching on political sensitivities,” said Alex Wang, a University of California, Los Angeles expert on China and the environment, who previously worked in Beijing.What is left now that Goodall is gone is her unending hope, perhaps her greatest legacy.“She believed hope was not simply a feeling, but a tool,” Rhett Butler, founder of the nonprofit conservation-news site Mongabay, wrote in his Substack newsletter. “Hope, she would tell me, creates agency.” Carrying forward her legacy Goodall’s legacy and life’s work will continue through her family, scientists, her institute and legions of young people around the globe who are working to bridge conservation and humanitarian needs in their own communities, her longtime assistant said Thursday.That includes Goodall’s son and three grandchildren, who are an important part of the work of the Jane Goodall Institute and in their own endeavors, said Mary Lewis, a vice president at the institute who began working with the famed primatologist in 1990.Goodall’s son, Hugo van Lawick, works on sustainable housing. He is currently in Rwanda. Grandson Merlin and granddaughter Angelo work with the institute, while grandson Nick is a photographer and filmmaker, Lewis said. “She has her own family legacy as well as the legacy through her institutes around the world,” said Lewis.In addition to her famed research center in Tanzania and chimpanzee sanctuaries in other countries, including the Republic of Congo and South Africa, a new cultural center is expected to open in Tanzania late next year. There also are Jane Goodall Institutes in 26 countries, and communities are leading conservation projects in several countries, including an effort in Senegal to save critically endangered Western chimpanzees.But it is the institute’s youth-led education program called Roots & Shoots that Goodall regarded as her enduring legacy because it is “empowering new generations,” Lewis said.The Associated Press Health and Science Department receives support from the Howard Hughes Medical Institute’s Department of Science Education and the Robert Wood Johnson Foundation. AP’s climate and environmental coverage receives financial support from multiple private foundations. AP is solely responsible for all content. Find AP’s standards for working with philanthropies, a list of supporters and funded coverage areas at AP.org.Copyright 2025 The Associated Press. All rights reserved. This material may not be published, broadcast, rewritten or redistributed.Photos You Should See – Sept. 2025

Suggested Viewing

Join us to forge
a sustainable future

Our team is always growing.
Become a partner, volunteer, sponsor, or intern today.
Let us know how you would like to get involved!

CONTACT US

sign up for our mailing list to stay informed on the latest films and environmental headlines.

Subscribers receive a free day pass for streaming Cinema Verde.
Thank you! Your submission has been received!
Oops! Something went wrong while submitting the form.